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domingo, 16 de junio de 2013

En la selva de nadie


César Lévano

Por: César Lévano

Un amigo me contaba, días atrás, que en algunas zonas de Ucayali los madereros piratas están arrasando árboles, sin que nadie los moleste. Y he aquí que la revista National Geographic lanza en su edición en inglés de abril un grito de alarma sobre la depredación de bosques que se comete en la Amazonía del Perú, ante la indiferencia o más bien inexistencia del Estado allí.

“La caoba”, dice la publicación estadounidense, “es la joya de la corona de la Amazonía, elevando sus altas y magníficas columnas en la fronda. Su rico grano rojo y su durabilidad hacen de ella uno de los más codiciados materiales de construcción de la tierra”. “Un solo árbol”, precisa el mensuario, “puede rendir decenas de miles de dólares en el mercado internacional en el momento en que la madera alcanza las salas de exhibición de los Estados Unidos o Europa”. Scott Wallace, autor del texto, que se ha documentado en el corazón del territorio acháninca, informa que después del 2001, año en que Brasil decretó una moratoria para la tala de la caoba de hojas anchas, el Perú se convirtió en uno de los principales abastecedores de esa madera. 

La fiebre del “oro rojo” (la caoba) ha despojado a muchas de las divisorias de aguas del Perú, por ejemplo el Alto Tamaya, hogar de la etnia acháninca, de sus árboles más valiosos, precisa el informe. Señala el texto que los madereros están talando ahora otros gigantes de la selva cuyos nombres son desconocidos en los países desarrollados –copaiba, ishpingo, shihuahuaco, capirona– que encuentran su camino hacia los lechos, salones, parqués y patios extranjeros. Y precisa que esas especies, aunque menos caras que la caoba, son a menudo más cruciales para los ecosistemas de la selva. Los madereros consideran que la selva es tierra de nadie. 

Hace más de una década denuncié, sobre la base de información de conocedores, cómo madera extraída ilegalmente y decomisada reaparece luego en el mercado del contrabando con la licencia de las autoridades decomisadoras. La caoba y otras maderas valiosas siguen recorriendo el Ucayali con dirección a los aserraderos de Pucallpa. “Los madereros están bien conectados con agentes del poder en Pucallpa”, escribe Wallace. “Lo peor”, expresa, “es que el gobierno de Lima recientemente trasladó responsabilidades del cuidado de los bosques a los gobiernos regionales, donde los funcionarios son más susceptibles de dar su brazo a torcer”. 

Además, como me explicó el amigo citado al empezar estas líneas, los traficantes de madera manejan armas. Y las exhiben. Pero el dinero de las coimas suele ser su mejor arma. Edwin Chota, jefe del poblado acháninca de Saweto, relató al cronista gringo que su pueblo ha visto, temporada tras temporada, cómo los depredadores trasladaban troncos gigantes río abajo desde las cabeceras del Alto Tamaya y Putaya a los aserradores de Pucallpa. “Bienvenidos a la tierra sin ley”, había dicho Chota. “La única ley es la ley de la pistola”.(la primera)