sábado, 12 de enero de 2013

Conozca al guía de Cajabamba


Sentado en un mueble de su casa de Lima, junto al mar, Guillermo sujeta un periódico cuya portada tiene la foto de un paisaje humeante de la Oroya, “No quisiera ver a Cajabamba alguna vez así” dice angustiado y respira con dificultad.

Por Galia Gálvez.

Su vida ha transcurrido lejana, entre comunidades recónditas de Perú, la Amazonía y Francia; y en esta etapa de su vida es cuando ha decidido entregar su patrimonio económico en obras de bien social a las comunidades más pobres de Cajabamba a través de la Fundación Guiar, la cual dirige.

A sus 88 años Guillermo Arévalo Aguilar es un hombre convencido de que la solidaridad hacia las personas con menos recursos es indispensable para garantizar el progreso de una comunidad y principalmente el de la infancia desprotegida sin oportunidad de desarrollo educativo. Infancia como fue la suya.

Al observarlo uno se pregunta ¿Qué motiva tanto desprendimiento en éste hombre mayor que podría vacacionar tranquilo en alguna parte de Europa?

Su propia vida. Guillermo nació en Trujillo, La Libertad, pero a corta edad se trasladó a Cajabamba en Cajamarca. Por aquel tiempo, en 1930 había estallado la Revolución de Trujillo con el Apra y el eco de la muerte alcanzó a cerca de cincuenta personas en suelo cajabambino, entonces habitado principalmente por hacendados, campesinos y artistas afines al pintor José Sabogal.

Allí, siendo niño, entre espectaculares paisajes de atmósfera andina rociada con gotas de clima tropical, Guillermo tuvo su primer contacto con la pobreza al presenciar a niños de las comunidades rurales de Cajabamba que se hacían campesinos a fuerza de la adversidad, no pudiendo estudiar por la ausencia de escuelas cercanas a sus comunidades o porque eran herramientas necesarias para la cadena productiva de la agricultura. Aquel recuerdo lo marcaría para siempre. “He visto a más de un niño vivir muy lejos del centro de estudios. Venir desde su casa los obligaba a madrugar, el tiempo inclemente hacía que enfermaran y terminaban abandonando los estudios” recuerda.

Poco tiempo después, a los 13 años Guillermo también conocería en carne viva el trabajo agrícola pues se emplearía como peón de una cooperativa azucarera en la producción de caña. Era casi un niño cronológicamente, pero el trabajo duro lo había convertido en un hombre, con las manos reventadas por las faenas agrícolas, buscaba reunir dinero para viajar a Lima y estudiar. Logró hacerlo finalmente al cabo de un año de vivir entre, machetes y tractores.

Una vez instalado en Lima trabajó en cuanto empleo consiguió, ayudante de carpintería, guardián, etcétera. Fueron años duros, recuerda, pero por su gran esfuerzo la vida le fue dibujando un camino distinto, ingresó a la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad Nacional de Ingeniería, obtuvo un alto rendimiento académico y al poco tiempo se vio estudiando en Francia. Al retornar a Perú se había especializado en Ingeniería Sanitaria.

“Verdaderamente lo que se gana es una satisfacción moral, haber trabajado y reunido ahorros para llevarles una pequeña ayuda a los pueblos donde yo viví mi infancia” dice melancólico, fatigado y con dolencias físicas que van quitándole fuerzas a este hombre que cuando era un joven de 30 años enviaba enternecedoras cartas, desde Iquitos a Lima, a su primer hijo de apenas meses de nacido, mientras dirigía la construcción del Leprosario de San Pablo a orillas del Río Amazonas. “Digno Caballerito: Espero haya Ud. Recibido mi telegrama de ayer 30 (30 de mayo de 1955). Llegué de uno de mis peregrinajes y fui a pasarle mi telegrama, avisándole el motivo de mi retorno, es decir, cumplir personalmente mi palabra” dice en una de sus misivas.

A pesar de que primer su hijo no viviera para ver “cumplir personalmente” la palabra de su padre Guillermo. Ese mismo amor que le prodigara en cartas lo repite desde hace varios años, de forma silenciosa, en ayuda que presta a gente humilde, tan rápido como se lo permiten sus fuerzas. Ayuda económica dada a un padre de Cajabamba para buscar a su hijo militar, desaparecido en un conflicto social; asistencia económica a jóvenes de Cajabamba que llegan a Lima con anhelo de estudiar y subvención económica para trasladar a artistas de otros países hasta Cajabamba.

Desde el 2011 toda la ayuda se canaliza mediante la Fundación Guiar y el presupuesto económico está destinado para apoyar exclusivamente obras en favor de los sectores más golpeados de Cajabamba como Pidán, Sitacocha, Pucarita, San Juan, Lluchubamba, Huamborco, Cauday, Mitopamba, entre otros. Guillermo quiere ayudar a los pobladores a conservar la biodiversidad de sus tierras, mejorar el manejo de riego tecnificado, asistencia de salud a menores y madres gestantes, y también el aprovechamiento del agua. Inicialmente ha empezado a reconstruir e implementar las escuelas de zonas rurales, así como la reestructuración de iglesias tradicionales derruidas y la implementación del teatro de Cajabamba.

Siente que el tiempo es su principal obstáculo en este proyecto. Redacta, lee, se informa, quiere tener menos años, sin los achaques propios de la edad que le juegan malas pasadas. Este es su proyecto de ingeniería más esforzado y del que solamente recibe compensación espiritual.

El arte, la cultura, la educación son lo único que puede florecer a un ser humano, piensa serenamente frente al mar de la Costa Verde en Lima.

CLAVES

Durante su juventud, mientras Guillermo cursaba estudios en la Universidad Nacional de Ingeniería, compartió aula con Gustavo Mohme Llona, fundador del Grupo La República.

La Fundación Guiar y la Asociación Arcoíris organizaron en julio del 2012 el Simposio Internacional de Escultural “Bicentenario” Cajabamba 2012 que contó con artistas plásticos de Inglaterra, Uruguay, Argentina, Ecuador, Bélgica, Estados Unidos y Perú.

Desde julio del 2012 la Agencia Gaia Foto ha colaborado solidariamente con la Fundación Guiar.

Guillermo dirigió la construcción del Leprosario San Pablo en Iquitos en el año 1955.
(la república)