"Al final del día, estamos como estamos gracias a esta ‘casta’ política que no entiende de democracia, institucionalidad ni decencia".
“Pregunten cosas positivas”, exigía a la prensa la autonombrada madre del Perú. Esta semana, Dina Boluarte otra vez esquivó, ahora de manera más tajante e irrespetuosa —y también nerviosa—, el cuestionamiento que la vincula al exasesor de Patricia Benavides. El mismo que, en medio de su desbordante verborrea para librarse de la cárcel, ha desembuchado suficiente información como para poner (una vez más) de cabeza a la dignísima clase política que maneja este triciclo llamado Perú.
Y eso que aún falta mucho por revelar. Jaime Villanueva ha implicado a veintiséis personajes, y todavía faltan cuatro delaciones más.
Mientras tanto, y entre otras imputaciones, el más reciente caserito del Ministerio Público ha dicho que la señora Boluarte habría obtenido información privilegiada sobre sus investigaciones. Imaginen ustedes tamaña confesión para alguien que dice gobernar el país de “la paz y la tranquilidad”. Demasiada carga para quien prefiere seguir faltando el respeto a periodistas que osan buscar la verdad teniendo, siempre al costado, a su principal compinche: el mismísimo premier Alberto Otárola, quien, en plena presentación frente a cámaras y ante la incómoda pregunta de una colega periodista, mira a la socia de reojo haciendo de la comunicación no verbal su mejor oficio: “Hazte la loca y vete tan rápido como entraste”.
¿Y cómo no entenderlos?, me pregunto mientras intento decodificar a este par. A estos gestores sin gestión, sin memoria, sin capacidad de pedir perdón. Observo a los dos principales responsables (por lo menos políticamente hablando) de los cincuenta muertos que ha cobrado este Gobierno indolente, desmemoriado, y claro que comprendo el terror que brota en cada uno de sus gestos. Ambos saben bien que, cuando les toque abandonar la casa de Pizarro, no podrán darse el lujo de seguir toreando la historia que se encargaron de escribir y negar. Historia que trata de cincuenta seres humanos a los que sus deudos aún lloran. Cincuenta peruanos que para Dina y sus socios no valían lo suficiente. Si me equivoco, ¿por qué el primer ministro manifiesta sus condolencias a la familia del expresidente Piñera y no ha sido capaz hasta hoy de hacer lo mismo con esa madre que llora a su hijo o con la mujer a quien le mataron al esposo estando embarazada? Parece que cuando no se tiene sangre en la cara ni suficiente corazón, es más fácil mandar a Dina a lanzar caramelos.
Como si la amargura de una pérdida se pudiera apaciguar recibiendo la migaja en dulce de una presidenta que no se representa ni a sí misma.
Con ocho por ciento de aprobación, difícil creer que esta gestión, donde quienes cortan el jamón son los antiguos enemigos políticos de la hoy jefa de Estado, llegue al 2026. El pacto de sangre entre radicales de izquierda y conservadores de ultraderecha para quedarse en el poder ha sido puesto al descubierto. Todo gracias a la varita mágica de la exfiscal de la Nación, capaz de convertir votos en archivamientos de denuncias penales. Esto, incluso mucho antes de conocer el testimonio de veintitrés hojas del hoy famoso Filósofo. Sí, veintitrés y no tres como nos quiso hacer creer el supermercado de noticias falsas del señor Wong.
Lo cierto es que tanta mentira e inmoralidad no deja de calar en la capacidad de indignación. Esa frustración que no está adormecida, como algunos piensan. Por el contrario, según un último sondeo del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), el 72% de los encuestados considera que las protestas son necesarias. La razón por la cual las manifestaciones han cesado es porque no somos bobos, pero tampoco kamikazes. En el Perú, salir a marchar se ha vuelto un acto suicida. Cincuenta muertos, cincuenta.
No olvidemos que el derecho a la protesta es tan legal como todo aquello que está impreso en esa misma Constitución que acaba de cumplir tres décadas y a la que —paradójicamente— Dina Boluarte homenajeó gracias a esa memoria suya tan selectiva que no le permite recordar que una de sus principales propuestas de campaña era crear una asamblea constituyente. Como diría Nicomedes Santa Cruz en su famosa décima, la que años más tarde Pedro Pablo Kuczynski convirtió en tendencia en aquel inolvidable debate frente a Keiko: ¡Cómo has cambiado, pelona!
Así, este Gobierno resultó tan incoherente, oportunista e hipócrita que lo que nunca se pensó, hoy sucede con absoluto desparpajo y normalidad. Quién diría, por ejemplo, que el otro “filósofo”, César Acuña, terminaría siendo uno de los políticos que más visitarían Palacio y quien hasta lograría para Trujillo una declaratoria de emergencia, que en Lima y Sullana ha servido poco y nada. Todo vale cuando en medio de la incapacidad absoluta del ministro del Interior, que no tiene idea ni estrategia para reducir la delincuencia, tiene que inventar alguna fórmula para tranquilizar a la población.
Así de idiotas nos creen. Tan tontos como para convencernos de que Keiko y los inmortales apristas no se pusieron de acuerdo para embarrar al periodista Gustavo Gorriti. Ahora confían ciegamente en el mismo exasesor al que antes cuestionaban por declarar contra sus amigos. Pensaron que nunca accederíamos al testimonio de Villanueva (el de 23 hojas) que ha obligado a la escudera naranja Martha Moyano a salir a admitir que efectivamente pidió la remoción de los fiscales Vela y Pérez. ¿Alguien dijo “tráfico de influencias”? Que se investigue todo y a todos. Que pasen los fiscales, congresistas, periodistas, expresidentes y los que eventualmente resulten involucrados.
Que se conozca hasta dónde llegaron los tentáculos de la(s) mafia(s) que gobiernan el país y que se sepa, sobre todo, que lo que estamos viviendo se gestó, creció y reprodujo a partir de un vientre aterrado. Empezando por una exfiscal que utilizó su poder casi absoluto para salvarle el pellejo a la hermana, desencadenó en la desesperación de congresistas corruptos y en el terror de una eterna candidata capaz de caer siempre más bajo con tal de librarse del juicio que podría devolverla a Santa Mónica.
Al final del día, estamos como estamos gracias a esta “casta” política que no entiende de democracia, institucionalidad ni decencia. Esa a la que le sigue conviniendo negociar con los que antes llamaban terroristas o que hasta convirtieron a Dina, la otrora comunista, en una presidenta demócrata y dialogante. Una estirpe capaz de bucear en las profundas y turbias aguas de una cloaca con tal de salir a flote y seguir respirando hasta el 2026. Ellos mismos son los que han vuelto con el discurso paranoico del fraude y ahora también vociferando la teoría de que a Alan García lo mataron. Los “anticaviares” que nos enseñan —siempre— que el miedo puede más. Sospecho que Boluarte se quedará sola en su laberinto, sin “hijos”. Si eso sucede, cuando deje de maternar, quizás ni Otárola esté cerca de ella para hacerle un nuevo guiño, cerrarle la boca y bajar el telón.