viernes, 13 de mayo de 2011

CUANDO DESPERTÓ, EL DINOSAURIO HABÍA VUELTO



Julio Ortega. Columnista invitado.

En una pausa de la Cátedra Cortázar, en la Universidad de Guadalajara, Felipe González contó que Alberto Fujimori, por entonces prófugo del Perú, le había propuesto un plan de cooperación entre el gobierno peruano y el español, con tal detalle y convicción, que lo creyó verdadero. “A mí también me engañó”, confesó Felipe, con entusiasmo, como si eso fuera la prueba máxima de su capacidad de creer. Carlos Fuentes repasó con elocuencia su galería de dictadores mexicanos pero tuvo que reconocer que Fujimori era imbatible en la mentira. Fue entonces que García Márquez, como siempre, tuvo que decir la última palabra. “He escrito una novela sobre Fujimori –dijo–, y se las voy a contar”. Ésta es la novela:
“Había una vez en el Japón un niño muy astuto que quería ser rico. ‘¿Qué puedo hacer para volverme rico?’, se preguntó; y se respondió: ‘Tengo que ser presidente de algún país lejano’. Le dio vueltas a su globo terráqueo buscando un país capaz de elegirlo, y puso su dedo sobre el Perú. Fue al Perú, lo eligieron, se volvió rico, y volvió al Japón“.
Todos rieron. Yo sentí la punzada de vergüenza nacional que le debemos a Fuji, me temo que para siempre.
Antes de su fuga, posterior captura y amenaza actual de su retorno, en Santiago de Chile, en una comida, un empresario me había contado que él y sus socios no invertían más en el Perú. Las comisiones que espera el gobierno, explicó, son mayores que el margen de ganancias.
No se podía salir a comer en Santiago sin tener que padecer otra historia sobre la corrupción en el Perú. Felizmente, para empatar con Chile, se descubrió que Pinochet no había sido menos corrupto: sus cuentas bancarias secretas revelaron que sus prédicas de la economía liberal, los valores de Occidente y la familia cristiana fueron una burla del pacto de resignación chilena.
Chile recuperó la dignidad jurídica cuando su poder judicial nos devolvió a Fujimori.
Ningún limeño, por mazamorrero que sea, podrá olvidar la lección de dignidad, esa emoción insólita, que fueron las marchas contra la corrupción y el asesinato. Todos hemos lavado la humillada bandera nacional.
Es cierto que tratándose del Perú todos, alguna vez, nos hemos equivocado. Pero la vuelta de Fujimori pertenece ya a otra dimensión del error: a la extirpación de la memoria civil. ¿Qué sentido político tiene el actual éxito económico si el modelo necesita a Pinochet o Fujimori? Hasta los economistas de Chile reconocen hoy que tienen una pobreza endémica. En el Perú, históricamente, el avance del sector moderno ha robustecido al sector más conservador, a las clases dominantes y sus alianzas, a costa de los sectores emergentes, cuya modernidad limita con sus pocos recursos no con su creatividad. Es suicida creer que el fujimorismo puede hacerse cargo del futuro en descargo del pasado. Nunca el futuro se ha construido abriendo las cárceles. Que mi admirado PPK diga que Fujimori ha hecho cosas malas pero también cosas buenas es relativizar el mal, o sea, internalizarlo. Y que Hernando de Soto se juegue el peso que tiene por un título de propiedad, es suponer que el fujimorismo (socialmente, un clientelismo impune) es titulable. Pero que el Cardenal le eche en cara su juventud izquierdista a Mario Vargas Llosa, por decir lo que piensa sobre Fujimori, es exonerar, con la otra mano, el pasado del diablo. La próxima gran novela de Mario tendría que ser sobre la debacle moral de una clase social doméstica, su prensa filistea, y su corte de milagros mercantil.
Yo nunca he conocido a un fujimorista. Pero si Lima, que los conoce, vota por ellos en contra del Perú de las regiones, que los rechazan, demuestra cuánto puede retroceder la conciencia democrática, y qué poco adulta puede ser la moral pública. Cada uno tiene derecho a votar por quien quiera, pero debe ser responsable de las consecuencias. Si mañana, al despertar, encuentra al dinosaurio en Palacio, les deberá una buena explicación a sus fujinietos.


Cortesía: Luis Peña Rebaza