Por: Luis Peña Rebaza
MOHAMED BOUAZIZI
Recuerde usted bien este nombre amigo lector, pues es posible que, en vista de las actuales circunstancias, en varios países árabes haya un antes y un después de la inmolación de este joven de 26 años, licenciado en informática, quien por falta de empleo se vio obligado a dedicarse al comercio ambulatorio en Túnez. Aquel pequeño país del norte africano con sus costas bañadas por el mar Mediterráneo en donde, sobre un total de diez millones de habitantes, existen más de medio millón de desempleados.
El drama se inició el 17 de diciembre, cuando en Sidi Bouzid, una pequeña ciudad tunecina, una patrulla policial vuelca su carrito repleto de frutas y hortalizas que le permitían ganar el sustento diario para la familia. Su sueño había sido comprarse una camioneta y ampliar el negocio. Pero, su atroz delito fue no tener la correspondiente licencia de vendedor ambulante. La desesperada respuesta y quizá la única válida para Mohamed Bouazizi fue echarse encima un bidón de gasolina, prenderse e inmolarse frente a la sede del Gobierno Civil. A partir de allí, esa dramática chispa incendió la pradera o en este caso el árido desierto. Se desataron y extendieron las protestas que, finalmente, terminaron con la caída del régimen y la huida del corrupto Zine el Abidine Ben Ali que, durante 23 años se mantenía aferrado al poder y que, como muchos otros cobardes dictadores, huyó a otro país a fin de ponerse a salvo de la ira y justicia popular, al menos momentáneamente.
La atroz muerte de este muchacho ha servido como el detonante para otras justas protestas que, de inmediato, se han trasladado a países árabes vecinos. Revueltas sin precedentes que, no exigen gobiernos teocráticos e islámicos, sino gobiernos democráticos que atiendan las necesidades básicas de la población. Un sismo de impredecibles grados está aconteciendo, los gobiernos autoritarios y corruptos tiemblan, Egipto, Argelia por citar solo dos y cuyos regímenes son fruto del nacionalismo árabe surgido a partir de los años cincuenta. En Argelia hace 41 años gobierna el déspota Moammar al Gaddafi, a quien como era de esperarse entre engendros similares, Hugo Chávez, entregó una réplica de la Espada del Perú, que la Municipalidad de Lima obsequió a Simón Bolívar en 1825, y, por si fuera poco, también condecoró con la Orden del Libertador. Paradójicamente, su guardia personal lo constituyen doscientas atractivas mujeres, expertas en artes marciales y uso de armas de fuego que, sin pensarlo, darían la vida por su jefe, se comenta que incluso son todavía vírgenes, es la llamada Guardia Amazónica. Y, en el milenario Egipto, ante las crecientes protestas a causa del alza inflacionaria, la falta de empleo, corrupción y autoritarismo, que han originado más de trescientos muertos y un promedio de cinco mil heridos, quizá se viven los últimos días en el poder de otro sátrapa, Hosni Mubarak aferrado al poder desde hace treinta años, contando en su haber con cuatro supuestas reelecciones, 1987, 1993, 1999 y 2005. En lo inmediato, la permanencia o no de Mubarak en el poder es una incógnita, lamentablemente aun cuenta con el apoyo del ejército, hecho que no sucedió en Túnez donde las fuerzas armadas decidieron apoyar la revuelta.
De lo que si estoy seguro es que, en estos países árabes, a partir de hoy la historia empezará a ser distinta; en tal sentido, el terrible sacrificio de Mohamed Bouazizi, no ha sido en vano.
El drama se inició el 17 de diciembre, cuando en Sidi Bouzid, una pequeña ciudad tunecina, una patrulla policial vuelca su carrito repleto de frutas y hortalizas que le permitían ganar el sustento diario para la familia. Su sueño había sido comprarse una camioneta y ampliar el negocio. Pero, su atroz delito fue no tener la correspondiente licencia de vendedor ambulante. La desesperada respuesta y quizá la única válida para Mohamed Bouazizi fue echarse encima un bidón de gasolina, prenderse e inmolarse frente a la sede del Gobierno Civil. A partir de allí, esa dramática chispa incendió la pradera o en este caso el árido desierto. Se desataron y extendieron las protestas que, finalmente, terminaron con la caída del régimen y la huida del corrupto Zine el Abidine Ben Ali que, durante 23 años se mantenía aferrado al poder y que, como muchos otros cobardes dictadores, huyó a otro país a fin de ponerse a salvo de la ira y justicia popular, al menos momentáneamente.
La atroz muerte de este muchacho ha servido como el detonante para otras justas protestas que, de inmediato, se han trasladado a países árabes vecinos. Revueltas sin precedentes que, no exigen gobiernos teocráticos e islámicos, sino gobiernos democráticos que atiendan las necesidades básicas de la población. Un sismo de impredecibles grados está aconteciendo, los gobiernos autoritarios y corruptos tiemblan, Egipto, Argelia por citar solo dos y cuyos regímenes son fruto del nacionalismo árabe surgido a partir de los años cincuenta. En Argelia hace 41 años gobierna el déspota Moammar al Gaddafi, a quien como era de esperarse entre engendros similares, Hugo Chávez, entregó una réplica de la Espada del Perú, que la Municipalidad de Lima obsequió a Simón Bolívar en 1825, y, por si fuera poco, también condecoró con la Orden del Libertador. Paradójicamente, su guardia personal lo constituyen doscientas atractivas mujeres, expertas en artes marciales y uso de armas de fuego que, sin pensarlo, darían la vida por su jefe, se comenta que incluso son todavía vírgenes, es la llamada Guardia Amazónica. Y, en el milenario Egipto, ante las crecientes protestas a causa del alza inflacionaria, la falta de empleo, corrupción y autoritarismo, que han originado más de trescientos muertos y un promedio de cinco mil heridos, quizá se viven los últimos días en el poder de otro sátrapa, Hosni Mubarak aferrado al poder desde hace treinta años, contando en su haber con cuatro supuestas reelecciones, 1987, 1993, 1999 y 2005. En lo inmediato, la permanencia o no de Mubarak en el poder es una incógnita, lamentablemente aun cuenta con el apoyo del ejército, hecho que no sucedió en Túnez donde las fuerzas armadas decidieron apoyar la revuelta.
De lo que si estoy seguro es que, en estos países árabes, a partir de hoy la historia empezará a ser distinta; en tal sentido, el terrible sacrificio de Mohamed Bouazizi, no ha sido en vano.