Por: Freddy Gálvez Delgado
“Hice cuanto me fue posible para alcanzar la integración del país que está desarticulado…” (José María Arguedas)
Una sabia lección para todos los candidatos.” Recordémosles a nuestros niños y jóvenes la grandeza del Perú antiguo y que quienes nos gobiernen no suban al poder para hacerse millonarios”.
“Solo bastará una pequeña y verídica prueba de fervor auténtico por el país de parte de los gobernantes”.
Son palabras premonitorias que recogen el sentir popular concebidas hace más de medio siglo por el antropólogo, musicólogo, escritor y pensador José María Arguedas, nacido el 18 de enero de 1911, hace exactamente cien años, en Andahuaylas, Apurímac.
Autor de numerosos libros, cuya lectura es obligatoria, refleja su infinito amor por el Perú y su raza autóctona, así como su pasión por la supervivencia del idioma quechua como lengua nativa.
Entre sus más recordadas producciones figuran “Todas las sangres”, “Los ríos profundos”, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, “Yawar fiesta”, “El sexto” y “Agua”.
En varios escritos expresa su permanente preocupación por la paulatina migración del hombre andino hacia las poblaciones costeñas.
Describe la realidad misma cuando señala que, desprovistos de todo, se establece en alejados arenales, calcinados por el sol, carentes de agua y sin los elementos indispensables para tener una vida digna.
Desnuda sus viviendas diciendo que las personas se hacinan en chozas de carrizo o esteras, cubiertas por endebles techos de barro, plásticos, trapos o cartones.
Mientras tanto, la tierra de origen en las serranías deja de ser cultivada, se seca, se vuelve estéril y las casas agonizan.
Por eso plantea al gobierno impulsar programas para retener a la gente del ande en sus pueblos, insistiendo en que las máquinas y el amor al terruño no tienen que ser incompatibles, sino complementarios.
En ese sentido, evoca con inequívoca nostalgia la época en que el hombre andino consideraba el trabajo como una tarea sagrada. Eran tiempos en que el ocio y el robo constituían un sacrilegio.
Arguedas estima que uno de los problemas más graves y de urgente solución en el país es la integración de la sociedad.
Rechaza de plano la actitud prepotente y despreciativa de algunos peruanos frente a sus hermanos procedentes de las zonas altas.
Así, identifica las palabras “serrano”, “cholo”, “mulato”, “indio” y “negro”, como términos injuriosos.
Explica que el vocablo “indio”, no designa en el Perú a una raza especial, sino un tipo de cultura. Lo mismo ocurre con las voces “mestizo” o “cholo”.
Añade que los peruanos, cualquiera que sea su procedencia geográfica, somos virtualmente iguales y que los prejuicios en que se fundan las interesadas y antihumanas diferencias, deben desaparecer.
Ahora, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, aquel arraigado sentimiento nacionalista y fundamentado pensamiento de igualdad que colmó su existencia, continúan vigentes.
José María Arguedas fue uno de los personajes que más se identificó de la manera más cruda, desapasionada y firme con las raíces del Perú y su gente.
Una sabia lección para todos los candidatos.” Recordémosles a nuestros niños y jóvenes la grandeza del Perú antiguo y que quienes nos gobiernen no suban al poder para hacerse millonarios”.
“Solo bastará una pequeña y verídica prueba de fervor auténtico por el país de parte de los gobernantes”.
Son palabras premonitorias que recogen el sentir popular concebidas hace más de medio siglo por el antropólogo, musicólogo, escritor y pensador José María Arguedas, nacido el 18 de enero de 1911, hace exactamente cien años, en Andahuaylas, Apurímac.
Autor de numerosos libros, cuya lectura es obligatoria, refleja su infinito amor por el Perú y su raza autóctona, así como su pasión por la supervivencia del idioma quechua como lengua nativa.
Entre sus más recordadas producciones figuran “Todas las sangres”, “Los ríos profundos”, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, “Yawar fiesta”, “El sexto” y “Agua”.
En varios escritos expresa su permanente preocupación por la paulatina migración del hombre andino hacia las poblaciones costeñas.
Describe la realidad misma cuando señala que, desprovistos de todo, se establece en alejados arenales, calcinados por el sol, carentes de agua y sin los elementos indispensables para tener una vida digna.
Desnuda sus viviendas diciendo que las personas se hacinan en chozas de carrizo o esteras, cubiertas por endebles techos de barro, plásticos, trapos o cartones.
Mientras tanto, la tierra de origen en las serranías deja de ser cultivada, se seca, se vuelve estéril y las casas agonizan.
Por eso plantea al gobierno impulsar programas para retener a la gente del ande en sus pueblos, insistiendo en que las máquinas y el amor al terruño no tienen que ser incompatibles, sino complementarios.
En ese sentido, evoca con inequívoca nostalgia la época en que el hombre andino consideraba el trabajo como una tarea sagrada. Eran tiempos en que el ocio y el robo constituían un sacrilegio.
Arguedas estima que uno de los problemas más graves y de urgente solución en el país es la integración de la sociedad.
Rechaza de plano la actitud prepotente y despreciativa de algunos peruanos frente a sus hermanos procedentes de las zonas altas.
Así, identifica las palabras “serrano”, “cholo”, “mulato”, “indio” y “negro”, como términos injuriosos.
Explica que el vocablo “indio”, no designa en el Perú a una raza especial, sino un tipo de cultura. Lo mismo ocurre con las voces “mestizo” o “cholo”.
Añade que los peruanos, cualquiera que sea su procedencia geográfica, somos virtualmente iguales y que los prejuicios en que se fundan las interesadas y antihumanas diferencias, deben desaparecer.
Ahora, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, aquel arraigado sentimiento nacionalista y fundamentado pensamiento de igualdad que colmó su existencia, continúan vigentes.
José María Arguedas fue uno de los personajes que más se identificó de la manera más cruda, desapasionada y firme con las raíces del Perú y su gente.