Por: Luis Peña Rebaza
Definitivamente el fallecimiento de Hugo Chávez nos recuerda que, por más omnímodo poder y por más abundante riqueza, nada es posible hacer ante los ineludibles designios de la muerte.
Sin duda, un hombre polémico y contradictorio por donde se le mire. Un fenómeno político, en su gestación en enorme medida similar al de Alberto Fujimori, surgido acá a raíz del rotundo fracaso de los partidos tradicionales, Apra, AP y PPC, y en Venezuela por el histórico bipartidismo del COPEI, social cristiano y Acción Democrática, socialdemócrata. Un candidato que en los mítines de 1998, y ante el grito aprobatorio de las masas, prometía partir el espinazo de los partidos políticos tradicionales y sancochar a los oligarcas.
Un hombre a la vez odiado y amado, bendecido y maldecido, un ángel y demonio; tal como otras figuras de la voluble política latinoamericana, por solo citar a Evita, para los sectores populares de la sociedad argentina, los descamisados, considerada la Santa Evita, y para otros, la arribista prostituta que sin escrúpulos escaló hasta lo más alto. Un hombre carismático, tal como lo califica un artículo de El País: “conocía la ciencia y el arte del abrazo, sabía acoger a las personas por un segundo y hacer que se sintieran únicas, atendidas, tal vez amadas, aunque algunas de ellas fueran jefes de Estados muy duchos también en la ciencia de los abrazos”.
A este particular carisma le agregó un don otorgado por la naturaleza y que pocos países se dan el lujo de poseer, sobre todo en tal extrema abundancia, el oro negro, el petróleo, una producción diaria de casi tres millones de barriles, en un Estado Venezolano que pasó de tener ingresos petroleros anuales de 20.000 millones de dólares en el 2000, a 120.000 millones en el 2011, lo que según la CEPAL le ha permitido gastar en inversión social la astronómica cifra de 400.000 millones de dólares. Dinero que es evidente no ha sido invertido adecuadamente teniendo en cuenta los deficientes indicadores de agua, energía, eléctrica, seguridad pública y producción agrícola, ocupando en el Índice Global de Competitividad, el puesto 138 de 142 países.
“Después de mí, el vacío, el caos”, fueron las palabras vertidas en el año 2009 por el hoy difunto Hugo Chávez, evocándonos el “Después de mi el diluvio”, atribuida a Luis XV, sobreviniendo a su muerte los acontecimientos gloriosos y luctuosos de la revolución francesa.
En tal sentido, analizando la actual situación de Venezuela parece ser que el Comandante no se equivocó, con el país soportando un déficit fiscal y una inflación de 40% (la más alta de América Latina), han empezado los recortes del gasto público y se hace urgente el sinceramiento de la economía lo que, como es obvio, va a perjudicar a los amplios sectores populares, aquellos beneficiados por una política de corte clientelista y populista y, que hasta hoy, constituyeron el soporte electoral que permitió su sucesiva reelección. Medidas impopulares que afectarán tanto el frente interno como el externo, en donde Cuba ha sido hasta hoy el más beneficiado recibiendo, a precios irrisorios, y desde hace varios años, cien mil barriles de petróleo diariamente. Crudo que también, pese a sus constantes y largas peroratas contra el imperio del norte, jamás ha dejado de afluir a los puertos norteamericanos.
¿Seguirá subsistiendo el chavismo sin Chávez?
Es la gran incógnita aun imposible de resolver.