Por: Luis Peña Rebaza
El gato serrano
Los “gatos” son un grupo de jóvenes huamachuquinos que estudian sus carreras profesionales en Trujillo. Los fines de semana se reúnen en casa de la familia Quipuzcoa Quezada, en la urbanización Pay Pay, donde viven atractivas jovencitas que, desde ya, despiertan sus ánimos y aprestos amorosos. Para ser precisos se reúnen en la habitación de “Paco” Quipuzcoa, cuya puerta, ¡qué cólera!, da a la mismísima calle. Una noche llama su atención la bulla desatado en el parque: varias chicas tratan de rescatar un pequeño gato que, escapándose de la vivienda de una buenamoza, se ha subido a uno de los árboles. Las chicas intentan vanamente hacer bajar al animalito. Así que, nuestros amigos, se ofrecen para ayudarlas, de paso que entablan amistad y, de repente, se ganan algo más.
-¡Gatito, gatito... baja, baja!, ¡Baja, baja... no hagas sufrir a tu dueña y a sus amigas, mira tan guapas que son!
Muy atentos, uno y otro, se acercan expresando sus pedidos y ruegos. El terco minino persiste haciendo sufrir a los suplicantes, trepa peligrosamente a las ramas más débiles que, en cualquier momento, pueden ceder y venirse abajo con gato y todo. Entonces, impaciente y sin poder controlarse invoca Jorge Acosta:
-¡Misho misho misho...!
-¡Bah, estos son serranos-! exclaman las chicas.
P.D.: Al oír tan ancestral petitorio y, como por arte de magia, el inquieto gatito bajó del árbol al instante.