La crisis se agudiza. La multitudinaria marcha contra Dina Boluarte terminó en una ola de violencia. Al cierre de esta nota, había 18 heridos, entre civiles y efectivos, un edificio en la plaza San Martín ardía en llamas, los enfrentamientos continuaban sin tregua en ambos bandos y el Gobierno no hacía ningún mea culpa.
Por: Diego Quispe
“¡Avancen, no retrocedan, avancen, carajo!”, gritan los manifestantes.
Son las 5:20 de la tarde, son miles, pero están rodeados.
En el cruce de los jirones Cusco y Lampa, a dos cuadras de la plaza de Armas, a pocos metros de Palacio de Gobierno, la atmósfera está cubierta de gas lacrimógeno. Un grupo de protestantes insiste con que pueden pasar el cerco policial y llegar a la casa de Pizarro, donde está Dina Boluarte, la presidenta que apela al silencio y se refugia en lo que puedan hacer las fuerzas policiales y militares para repelar las movilizaciones en su contra.
Suenan las explosiones. Son gases lacrimógenos otra vez. La gente corre, desesperada, algunos oliendo y compartiendo vinagre –sirve para evitar el ardor del gas– rumbo a la estación Colmena del Metropolitano. Los manifestantes, furiosos, vuelven a gritar: “¡No retrocedan! ¡Vamos!”. Y rompen las veredas, buscan piedras. Vuelven a tomar el jirón Lampa y las lanzan. Los efectivos responden: gases de nuevo.
Y entonces cae un herido. Tiene un ojo sangrando. “¡Le han disparado! ¡Ambulancia, ambulancia!”, gritan quienes lo rodean. Una enfermera le limpia la sangre, pero es inútil.
Metros más allá, en el cruce de las avenidas Colmena y Abancay, también cae herido un oficial. Lo socorren, sus compañeros retroceden. Minutos antes, dos tanques del Ejército, que se encontraban detrás de estos efectivos, lanzaron bombas lacrimógenas.
Esto encendió la pradera. Pero no fue la única razón del disturbio.
Los organizadores de la marcha habían anunciado que la ruta se iniciaba desde la plaza Dos de Mayo, pasando por las avenidas Wilson y Arequipa, rumbo al parque Kennedy, y desde ahí el retorno iba a tener como destino el Paseo de los Héroes Navales, en los exteriores del Palacio de Justicia.
Y no fue así: hubo división.
Diversas delegaciones que habían venido de regiones y de los distritos de Lima se dirigieron a la plaza San Martín, que se encontraba cercada. Para ellos era imposible tomarla. Entonces, la rodearon, rumbo a la estación Colmena, con dirección al Parque Universitario.
Con el fraccionamiento, una multitud cumplió la ruta, rumbo a Miraflores; otra, en cambio, se concentró en el centro de Lima, el epicentro del conflicto.
A las 6:15 de la tarde había cuatro policías lastimados. Los heridos, en el otro lado, aún no eran contabilizados. Pero no tan lejos, por el cruce de los jirones Azángaro y Puno, reservistas del Ejército y simpatizantes de Antauro Humala se enfrentaron a un bloque policial, los redujeron con palos, los efectivos respondieron con gases lacrimógenos. Pero eran pocos. Otro retroceso. A la altura de la Sociedad Geográfica del Perú, no tuvieron más opción que formar un muro de escudos, y permitir que los protestantes pasen con dirección a la avenida Abancay.
Pasan menos de diez minutos y hay otro caído. En el jirón Cusco, un hombre que viste short y polo oscuro tiene el rostro sangrando. “¡La Policía comenzó, todos estábamos empujando, solo queríamos que nos dejen pasar, pero ellos nos tiraban bombas lacrimógenas y ahí es donde él ha caído!”, lamenta y a su vez protesta una señora que observa con terror al herido.
La Policía de Rescate se acerca a socorrer al sujeto, que yace en el asfaltado.
En paralelo, cerca de la plaza San Martín, otra persona es cargada por la brigada de primeros auxilios. Su ojo izquierdo sangra, le echan agua. No es suficiente. Hay gritos desesperados. No hay salida.
Son, de pronto, los minutos más tensos: a dos cuadras de la plaza de Armas, los manifestantes pretenden romper el cerco policial; cerca de la avenida Abancay más civiles sucumben y otros lanzan piedras y los efectivos responden, ya como una reacción mecanizada, con bombas lacrimógenas y perdigones de goma, a corta distancia –el daño es peor a pocos metros–. Nadie da tregua.
6:39 de la tarde, avenida Abancay, llegan más tropas. Desde temprano la página de la PNP anunció que nueve mil efectivos iban a ser enviados a repelar la movilización. Así fue. Camiones llegan desde la Vía Expresa. Tanques asoman por el Cercado de Lima.
A pocas cuadras, un ciudadano, identificado como Luis, quien vino a protestar desde San Juan de Lurigancho, es cargado por sus compañeros: tiene una herida en el pie izquierdo debido a que recibió el disparo de un perdigón.
Los reporteros también pagan los platos rotos del caos: una periodista y un camarógrafo son agredidos en los jirones Carabaya y Cusco. Otro colega sufre la violencia del grupo de extrema derecha La Resistencia.
El sol está a punto de ocultarse y las protestas se han expandido a otros distritos, como Jesús María y Miraflores.
Se hace noche, trasciende que la presidenta Dina Boluarte y sus ministros darán un mensaje a la nación. En Palacio, discuten. Afuera arde Troya. Una llama de fuego se expande.
Un edificio cerca de la plaza San Martín, en el jirón Carabaya, se incendia. Ya pasaron las ocho de la noche, diez unidades de los bomberos llegan. Buscan calmar el fuego. Sin embargo, no tienen éxito. Las llamas crecen. Las especulaciones sobre quién fue el culpable también.
Otra persona, que asegura ser el propietario del inmueble, también culpa a la Policía. “Estábamos en el cuarto piso y cayó una bomba lacrimógena, bajamos a echarnos agua y vimos que empezó algo a arder. Como todo es de madera, se prendió rápido. Yo no puedo pagarlo solo”, denunció.
El ministro del Interior, Vicente Romero, en conferencia de prensa, descartó que esto haya sido culpa de la Policía.
Mientras que al Hospital de la Policía llegaron 11 efectivos.
A nivel nacional el saldo es peor: 16 civiles y 22 policías heridos y una persona fallecida, según el Ejecutivo.
Boluarte no dice más. Se mantiene en Palacio. Son las 9:43 p.m. Y afuera, por la plaza San Martín, el cielo es rojo. (LA REPÚBLICA)