La muerte se ha vuelto más cara y desdichada como antes, miserable por culpa de los se aprovechan de la desgracia ajena, en la venta de oxígeno y medicamentos.
Por: Yuri Castro/Periodista.
Kurt Cobain, el alma tormentosa de Nirvana, siempre tuvo la muerte muy presente, sin miedo, pero con respeto. “Antes de morir muchos morirán conmigo y ellos se lo merecen. Nos vemos en el infierno”, alcanzó a decir. Por estos días de pandemia, el diablo alardea en las calles y muchos buscan terminar entre sus brasas. Vizcarra le dio la licencia para actuar con cuernos, cola, trinche e, inclusive, vestido de rojo o negro encima, según la ocasión.
En Trujillo, al menos, la mayoría está ganando su pasaje al averno y lo hace en mancha, en los supermercados, los mercados y en las calles, en medio del aglutinamiento. “Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar la vida”, advertía Octavio Paz. Eso está haciendo lo que ocasionan todas estas conglomeraciones mortales. Allá ellos. Les vale madre, bajo el criterio equívoco de cómo no se han preocupado en nacer, tampoco se preocupan por morir.
Esto a pesar de que la muerte, con el coronavirus, está más cercana, distante y ajena a la vez. Cercana, porque sólo nos divide un tapabocas o está en un simple estornudo; y distante, porque ya ni siquiera se nos permite despedir a los seres más queridos en masa. Tuve la oportunidad de asistir a un sepelio y, si bien es cierto, la pelona sigue siendo fría y cruel como antes, al llevarse en abrir y cerra de ojos a los que más cercanos están en nuestros corazones, su peregrinaje ya no está como antes.
Atrás han quedado esos abrazos masivos que consolaban a la viuda, al padre, a la madre, al hijo, al amigo. Sólo cinco a seis personas son los que acompañan al que parte hasta su última morada. Suerte si tienes vivo a un familiar que te acompañe a afrontar esta penosa situación, suerte si éstos están en nuestro país, caso contrario solo te queda el consuelo vía WhatsApp, lástima si eres único porque solo te quedará abrazar tu alma con tu cuerpo para despejar tus lágrimas y la pena que te inunda.
La muerte, además, se ha vuelto más cara y desdichada como antes, miserable por culpa de los se aprovechan de la desgracia ajena, en la venta de oxígeno y medicamentos.
Con los precios que les ponen para poder sobrevivir, al final de esa lucha, y si no pasas esa prueba, no queda ni para el cajón. Como decía Gabriel García Márquez: “En fin, creo que el miedo no estar muerto, sino estar muriéndose”. Allá los que se aprovechan de esta situación, allá los que se lo permiten…eso es estar muriéndose de a pocos.(LA INDUSTRIA)