Escribe: Dionicio Mantilla León
“La nueva edición de Charlie Hebdo es un acto de guerra. Esa tapa (de la revista) traerá consecuencias. No es sólo una caricatura, es un insulto, ridiculiza y provoca,” dijo el predicador fundamentalista británico Anjem Choudary. La enérgica protesta del religioso inglés lanzada en estos días por diferentes medios, ante la puesta en circulación nuevamente este miércoles de la revista francesa de humor gráfico “Charlie Hebdo”, se unió al rechazo que personalidades del mundo islámico expresaron por considerar que los periodistas continúan en su afán de ofender al profeta Mahoma.
Una ofensa que motivara los luctuosos hechos ocurridos en París el siete de enero con el ataque protagonizado por dos terroristas yihadistas _ pertenecientes a la apocalíptica organización criminal Al Qaeda_ a la casa editorial de la revista Charlie Hebdo y donde murieran doce personas entre ellos cuatro dibujantes, famosos periodistas del humor gráfico francés, luctuosos sucesos que provocaron una gran conmoción a nivel mundial.
Una conmoción mundial que pone sobre el tapete de la reflexión nuevamente la trascendencia del valor de la vida aquel don inherente a la existencia de todo ser vivo, pero que en el ser humano cobra mayor dimensión por razones obvias. Razones obvias que tienen una raíz natural porque la vida humana constituye la piedra angular del motor de la civilización, amén de ser la esencia filosófica de toda religión. Así, la antigua sentencia bíblica del “Ojo por ojo, diente por diente” parece que en el caso del asesinato de los periodistas franceses se hubiese cambiado por otra: ”Muerte, vengando la ofensa”, y , en los casos peruanos: “Muerte, por dinero”. En todos estos fatídicos acontecimientos la mano macabra de sus protagonistas los yihadistas árabes o los sicarios peruanos existe un solo común denominador: El desprecio por la vida humana.
Un desprecio que nace de una personalidad desequilibrada, sicópata, desquiciada para quien la vida de los demás o su propia vida vale lo que vale una piedra, la basura o una maleza inservible del campo. Una personalidad carente de valores morales por haber sido edificada sobre una frágil base, vacía de ejemplos positivos y sobre todo del respeto a la vida. Con un entorno colmado de angustias y privada de la espiritual esencia del amor, tiene que dar un indeseado resultado. Indeseado resultado porque en aquel templo germinal de la civilización como es el hogar no estuvo presente jamás, durante la infancia, el amor y el respeto a los demás formando negativamente al niño o niña con una conciencia moral vacía y sin sentido, como un barco a la deriva. Vacío llenado por las tenebrosas tinieblas de los malos ejemplos, el desvalor y el culto a lo negativo.
Así, el caso del asesinato de los periodistas franceses se inscribe en la negra historia del desprecio a la vida y su ocurrencia da pie para reflexionar sobre sus circunstancias y su contexto. ¿Hubiese ocurrido si los periodistas hubiesen expresado de manera prudente su discrepancia respecto al actuar del fundamentalismo religioso del mundo musulmán? Considero que no hubiese existido pretexto para el crimen.
LA OTRA REACCIÓN
Salvando las distancias de idiosincrasia y cultura resulta oportuno interrogarnos entonces: ¿Y cuál hubiese sido la reacción del mundo cristiano _ en el que me incluyo_ si dichos periodistas hubiesen ridiculizado y ofendido, permanentemente, a Jehová o a Jesucristo, su Hijo o a algún otro personaje santo del cristianismo? La respuesta es obvia y se centraría en el enojo que dicho escarnio y burla nos hubiese provocado a todos los cristianos del mundo.
¿A nivel de nuestro medio cómo reaccionaría la feligresía católica huamachuquina si algún periodista envanecido haciendo uso de una malentendida libertad de expresión insulta y ofende la sagrada imagen de la Virgen de Alta Gracia o la de nuestro caro San Francisco de Asís o Taita Pancho?
Considero, pues, que es lícito y justo el rechazo y condena a todo atentado contra la vida humana, pero, también, lo es, todo intento de menospreciar la fe y las creencias de los demás por más que su mirada se oriente a repudiar a aquel fenómeno del terrorismo porque no todo el mundo islámico es terrorista. El respeto a la vida y el respeto a las creencias religiosas deben ir juntos. No es correcto ubicarnos sólo en la trinchera de la defensa de la libertad de expresión cuando en su nombre se atenta contra el derecho a la libertad religiosa de los demás.
La frontera de la libertad de expresión construida sobre la base de los derechos de los demás no puede ser transitada tan fácilmente porque se ingresa al indeseable mundo del libertinaje, símbolo del caos, la barbarie y de un mundo no civilizado.