Trujillo.- La última vez que conversé con José Murgia frente a frente, sentado a una mesa de un café (de esos dos o tres que él visita religiosamente), ya no vi al hombre crispado y hasta cierto punto nervioso que encontré en años anteriores, cuando al parecer pensaba -o al parecer le hicieron creer- que yo tenía algo personal contra él.
En frente a mí vi a un hombre desgastado, cansado, diría hasta abrumado, como aquel que carga un peso que nadie le obliga a cargar pero del cual no quiere desligarse.
-Y si no gana las elecciones, ¿qué hará? -le pregunté como corolario a una entrevista para este diario.
-Nada, seguiremos igual.
La pregunta que más me hubiese interesado oír no la respondió, o me la respondió con evasivas. No sé si porque se resiste a creer que puede ser derrotado en las urnas (nunca le ocurrió hasta hoy) o porque en realidad teme que eso ocurrirá y no quiere ni hablarlo.
Murgia, esa tarde, no parecía el político exitoso que, brioso en su carisma y ocurrente desde su sencillez, regala sonrisas simpáticas que terminan de seducir a casi todos. Encontré a un hombre doblegado. Sí, doblegado. No sé si por el cansancio o por las encuestas o por el peso que él mismo ha aceptado llevar en esta campaña. Lo que más quería hacer Murgia era ser escuchado. Cada pregunta que le hacía desataba en él una respuesta prolongada, quería que lo escuche aunque sabía que la mayoría de lo que decía no iría a salir publicada.
Años anteriores, como dije, la cosa había sido distinta. Bastante distinta. Murgia me miraba con recelo: había publicado sendos informes sobre su grupo familiar y los presuntos negociados a su favor durante su periodo como alcalde de Trujillo, y había publicado además algunas columnas de opinión en los que hacía una descripción menos amable de su personalidad política. Hasta en la misma casa algún antiguo alto ejecutivo me reprochó mi dureza con el aprista que era la máxima autoridad de la región. Cierta prensa me miró mal. Muchos quizás no lo recuerdan hoy, o lo han olvidado, pero hubo un tiempo en que Murgia sí era en verdad un intocable.
Sé que incluso en aquellos tiempos Murgia no quería ni oír mi nombre. Pero dio la casualidad que en lo sucesivo no sólo fui yo quien empezó a cuestionarlo, como se le debería cuestionar a toda autoridad electa. Y entonces ya no volvió a ser tan intocable.
Hoy está metido en una campaña que ya empezó y en la que por primera vez no va como favorito. Aunque él diga que nunca se sintió como tal. Esta vez todo es diferente; para empezar, sus fuerzas y su edad ya no son las mismas de hace un par de periodos atrás, aunque él pretenda (y a veces logre) hacernos creer lo contrario.(correo)