Evidencias delatan sus irregularidades. |Foto: Difusión
Una sola frase (“Perdón, me equivoqué”) podría contribuir a reparar en algo la mellada imagen que erradamente están construyendo de sí mismos
La presentación del ingeniero César Acuña en un dominical televisivo limeño ha descapitalizado políticamente al alcalde provincial. No ocurrió ello quizá apenas después de la entrevista. Sucedió tras revisar una y más veces las declaraciones efectuadas por el burgomaestre y líder fundador de Alianza Para el Progreso. Aparte de quienes lo defienden a capa y espada, todos los demás coinciden en cuestionar la conducta sinuosa exhibida en el video del escándalo.
El sistema anticorrupción peruano, que actúa en base a evidencias y pruebas fácticas, ha dado la razón a la opinión pública mayoritaria. Por eso ha denunciado a Acuña y otros. Además, ayer ha anunciado que adoptará medidas extras a las ya conocidas.
Nos preguntamos qué piensan frente a esto, en su fuero interno, Acuña y sus defensores. Toda defensa o intento de defensa de parte de ellos es una impostura, artificial y de dientes para afuera. Porque nadie puede negar lo evidente y, más aun, lo exhibido. El sol no se puede tapar con un dedo. Para la
posteridad, todo ha quedado registrado en un documento fílmico que se reproducirá hasta el infinito, con la facilidad que hace años otorgan internet y las redes sociales.
A menos que se cuente con una fórmula para borrar todo esto del imaginario popular, las partes más polémicas del documento fílmico permanecerán en la mente de la gente. La edición –demás está advertirlo– correrá a cargo de ciudadanos que, con un poco de destreza, se encargarán de separar lo accesorio de lo interesante. La llaga donde se colocará el dedo serán las propias declaraciones de Acuña. Así de simple.
Frente a esta realidad innegable e inmanejable, qué bueno sería que el ingeniero Acuña reflexione y presente sus excusas sinceras. Una sola frase (“Perdón, me equivoqué”) podría contribuir a reparar en algo la mellada imagen que erradamente está construyendo él de sí mismo. Para eso, el alcalde necesita contar con una buena asesoría y deshacerse de los obsecuentes que le murmuran al oído lo que él quiere escuchar. Cuídese, ingeniero Acuña, de los leales ciento por ciento de los que hablaba Vallejo.
Abrigamos, empero, débiles esperanzas de que esto suceda. Se ha hecho común en la clase política peruana la falsa idea de que admitir un error es un signo de debilidad. Igual ocurre con Alejandro Toledo, que en vez de negar lo innegable –la compra irregular y tramposa de propiedades de su suegra con la intervención de sus amigotes–, denuncia complots y maquinaciones de sus ‘enemigos’.
Si seguimos hundiéndonos en esta crisis ética, podrán Acuña y Toledo consolidarse –más el primero que el segundo– como representantes de nuestra política criolla. He ahí el peligro: que a costa de preservar una supuesta buena imagen, pierdan paulatinamente el prestigio que echan por la borda con sus
actitudes y conductas. Y que se unan a la larga lista de politicastros que han devenido oxidados, inviables y fantasmales.
Todo por no pronunciar esa palabra mágica que no requiere de repetición.(la industria)