Por: Luis Peña Rebaza
luisprebaza1@hotmail.com
Lic. en Educación
La opinión pública nacional no termina de estremecerse al enterase del triste destino que le depara a algunos integrantes de la policía y el ejército, quienes sin el conveniente equipamiento y apoyo logístico, son enviados como carne de cañón a enfrentarse a los remanentes del derrotado senderismo, hoy convertidos en simples mercenarios de la actividad más nefasta y condenable para una sociedad, la del narcotráfico.
Y sin exagerar digo carne de cañón, en vista que por desgracia cada día comprobamos que no existe por parte del Estado peruano, y menos del gobierno de turno, una auténtica decisión y voluntad política para acabar con el flagelo violentista sobreviviente en el Vrae. Afirmo esto en razón de la evidente carencia de una estrategia integral que contemple tres aspectos fundamentales: una acción policial y militar contra el narcotráfico y los rezagos insurgentes, una propuesta de desarrollo socioeconómica para la zona y una esclarecedora posición en el campo político e ideológico.
Solamente en un país como el nuestro, donde es palpable tan notoria incapacidad por parte de las autoridades políticas y los mandos policiales y militares, se presenta la paradójica situación de que haya tenido que ser un desesperado y valeroso padre de familia, acompañado de dos comuneros de la zona, quien deba aventurarse a la enmarañada selva en aras de encontrar el cuerpo de su infortunado hijo.
Las patéticas imágenes al ver y escuchar los gritos de búsqueda de don Dionisio Vilca, me transportaron imaginariamente a julio de 1992, al horrendo atentado de Tarata, , cuando frente a un edificio incendiado, humeante, casi en escombros y a punto de derrumbarse, sin reparar en el inminente peligro, un conmocionado padre clamaba por el ausente hijo. Desde entonces han transcurrido veinte largos años, y por lo visto no hemos aprendido la cruda lección.
Malherido y en los días posteriores, solo y abandonado a su suerte por el mando policial, rematado por tales asesinos, a sus escasos veintidós años acabó la vida del suboficial César Vilca Vega. Un hecho que rompe una regla de oro de nuca abandonar a los heridos y caídos en acción de armas. Aquí viene la interrogante que nos hacemos muchos peruanos, ¿hubiese sucedido lo mismo si el infortunado habría tenido el grado de capitán o comandante o quizá un apellido no tan común?
Lo peor de todo es que el propio Ministerio del Interior, haya emitido un ridículo y ofensivo comunicado en donde entre otras falacias menciona que dicho hallazgo es parte de una “intensa búsqueda”, ¿acaso creen estos burócratas que los peruanos somos estúpidos o que estamos desposeídos de la facultad de raciocinio y sobre todo de indignación ante tanta irresponsabilidad e incapacidad puesta e manifiesto?. Aquel infeliz comunicado me evoca la frase de Flaubert: La tierra tiene sus límites, pero la estupidez de algunos es ilimitada…
Creo que es hora de reorientar el rumbo. Plantear acciones firmes en aras de exterminar ese foco narcoterrorista que hace y deshace a su antojo en el Vrae. Ello precisa como condición previa, si aun algo de dignidad asiste a los involucrados, la inmediata renuncia de los responsables políticos del fracaso de la tan promocionada “Operación Libertad”, que se ha cobrado la vida de ocho policías y militares. Es lo menos que esperamos los peruanos.