domingo, 3 de marzo de 2024

El baile de los que sobran, por Juliana Oxenford

"Quizás debamos esperar la nueva presentación pública del exdictador para saber qué más se cocina en la escuelita naranja”.


Sonriente, divertido, ocurrente, cachondo y cachoso. Sí, cachoso. Me perdonarán, pero hay que ser muy sinvergüenza para aparecer en un video regocijándote, meneándote y hasta coqueteando (por no decir casi perreando) cuando eres un cobarde prófugo de la justicia.

Pero ahí está, una vez más, protagonizando un viral que —estoy segura— él mismo se encargó de publicitar. Su conocida técnica para demostrar que sigue siendo el mismo de siempre. El que se burla de su sentencia en doble instancia por corrupción. El que, supuestamente, es el fugado más buscado. Al que la policía dice tener casi cercado. Ese mismo, Vladimir Roy Cerrón Rojas, por quien el Ministerio del Interior ofrece una recompensa de cien mil nuevos soles para quien ayude a dar con su paradero. Sí, claro.

Pero con el mentor del lapicito no pasa nada. El escurridizo corrupto que ha hecho de las redes sociales su arma más potente nos sigue advirtiendo lo que alguien como César Acuña nos diría en una de sus muy profundas frases: “porque para buscar y encontrar, hay que hacer una búsqueda”.

Del señor con plata como cancha qué más se puede decir o pedir. Trujillo, a pesar de la reciente declaratoria de emergencia, está peor que nunca: cinco extorsiones en cuarenta y ocho horas mientras un hombre camina con temerosa serenidad por las calles con un arma sujetada en la cintura y un minero acaba de ser asesinado frente a su familia. Esto mientras la policía se concentra, casi exclusivamente, en cuidarle las espaldas al nuevo jale del César Vallejo. Hasta Doña Peta tiene mejor capacidad de gestión que Dina, la presidenta.

Acuña resultó tan altruista y solidario que sorprende. Todo un filántropo capaz de seguirle el juego al gobierno central para crear una cortina, o mejor dicho, un enorme telón de humo con Paolo Guerrero de protagonista. La historia de amor y odio entre el depredador y el gobernador ha pasado a ser el culebrón infaltable en todos los programas noticiosos o periodísticos de señal abierta donde -ahora mismo- deberían tocar con genuina responsabilidad el problema de la criminalidad. Un nivel incontrolable de violencia donde los verdaderos depredadores siguen controlando la ciudad donde la primavera difícilmente llegará.

Pero no, los reportajes no dejan de ser crónicas estridentes de sangre y balaceras. Peor aun sobre este inefable Congreso —lo que ya hizo y pretende seguir haciendo— se dice poco o nada. No nos hablan de lo que cierta fauna parlamentaria intenta lograr con la Junta Nacional de Justicia. Su estrategia para tener control de las jefaturas de los organismos electorales en su eterno afán de seguir bailando al son del “Chino” mientras su hija —la señora K— hace rato está en campaña y no solo para contarnos si se descarga o no una cuenta en Tinder. Pocos hablan de este conjunto de legisladores, que entiende más de bonos que de leyes, y al que no le basta tener a su merced al Tribunal Constitucional y a la Defensoría del Pueblo. A varios de ellos los vemos ahora felices con el nuevo y flamante miembro de la JNJ, Marco Falconí, quien cuenta con denuncias de plagio. Una de ellas, como lo evidenció el periodista Daniel Yovera hace unos años, trata de la copia de un texto escrito por el hoy premier Alberto Otárola. Otro que tampoco se manifiesta. Mientras continúa afilando su cuchillo para cortar más jamón, su silencio otorga y mucho.

Para el Gobierno es mejor mirar al costado y dejar todo en manos del Legislativo. Como si les interesara la democracia, la institucionalidad. No se les mueve un músculo de la cara cuando se les pregunta por la atrocidad presentada por el otro “Lápiz Lover”, el congresista Segundo Montalvo, quien pretende desactivar y reorganizar la Fiscalía teniendo —el muy caradura— cinco procesos penales abiertos. En resumen, Montalvo está listo para cargar su guillotina y dirigirse de frente a la avenida Abancay, a la mismísima sede principal del Ministerio Público y rodar cabezas. Quien obviamente ya salió a avalar semejante estupidez es el hampón bailarín. El socio de Fuerza Popular, quien, lógicamente, también debe andar meneando el cuerpo de lo más contento frente a la denuncia naranja que incluye a fiscales, a Pablo Sánchez, Zoraida Ávalos y hasta al periodista Gustavo Gorriti. De sus socios delincuentes, o por lo menos sospechosos de serlo, ni una sola palabra.

Quizás debamos esperar la nueva presentación pública del exdictador para saber qué más se cocina en la escuelita naranja. Esto, siempre y cuando no nos salgan con el cuento de que ya no puede visitar centros comerciales ni tomarse selfies porque, otra vez, está al borde de la muerte. Más de diez años recibiendo los santos óleos.

Y es que, nuevamente, parafraseando a Acuña: “Los grandes acuerdos se logran poniéndonos de acuerdo”. Lo que está más claro que la piscina de Villarán, es que este coro de canallas no parará hasta seguir sumando aliados y tener su propia versión de Los Toribianitos.

En el Perú de hoy, la corrupción está tan naturalizada que una exalcaldesa obligada a admitir que recibió plata sucia para su campaña del “NO” a la revocatoria, de pronto reaparece sin su chalina verde para enfundarse en un ligero traje de baño que luce cómodamente mientras chapotea a sus anchas y largas.

Susana Villarán, la humilde servidora que consignó como domicilio legal un predio en un asentamiento humano, pasa sus días sumergida en las transparentes aguas de una envidiable piscina cuando la misma gente que la llevó al sillón municipal no tiene acceso a un servicio tan básico como el agua y desagüe.

Villarán y su estilo mariposa están más cerca al mar que a una eventual condena. La única sombra que la persigue es la de la impunidad. Mientras tanto, mejor seguir zambulléndose hasta que le dure la suerte. Tuvo que hacerse pública su faceta acuática para que recién el Poder Judicial le programe una audiencia para el próximo catorce de marzo.

Lo más triste de esta historia es que, según un último informe de Contraloría, solo en el 2023 el perjuicio generado por la corrupción en el país suma veinticuatro mil millones de soles. Una suma tan escandalosa como dolorosa.

Veinticuatro mil millones de soles que podrían atender las necesidades educativas de un Perú donde miles de niños no están listos para empezar el año escolar porque sus colegios se caen a pedazos. Un país donde la salud pública es un atentado a la dignidad de las personas. Donde nos roban, extorsionan y matan todos los días. Donde hay que saber patear un balón para tener la tranquilidad de que la policía también está a nuestra disposición.

Somos una nación colorida también en términos de corrupción. Si mezclamos solo dos tonos característicos de algunos personajes aquí mencionados, tenemos el verde y el naranja que —juntos— dan vida al marrón. Ese matiz que nos refiere al mismísimo excremento en el que intentamos subsistir mientras los que sobran siguen bailando o nadando.