sábado, 15 de marzo de 2014

El ejemplo del Papa Francisco


Por: Dionicio Mantilla León 

En medio de vaticinios nada halagadores y negros nubarrones de corrupción e inmoralidad al interno y externo del Vaticano como fruto de la inconducta de algunos malos sacerdotes y que trae consigo una grave repercusión en la iglesia católica mundial, el 13 de marzo del 2013 apareció una tenue luz de cambio. Ese día, el humo blanco apareció en la Plaza San Pedro del Vaticano acompañado del estentóreo grito de ¡Habemus Papa! ¡Tenemos Papa! Minutos después, en uno de los balcones de la casa donde se llevaba a cabo el cónclave de elección, aparecía el nuevo líder religioso del mundo: Jorge Mario Bergoglio, o Francisco I, primer Papa a nivel de Latinoamérica y de nacionalidad Argentina.

Perteneciente a la Orden de los Jesuitas y Cardenal de Buenos Aires, el flamante Sumo Pontífice de 71 años aparece como la tenue luz de esperanza de cambio para la feligresía católica más grande del mundo preocupada por los numerosos problemas que socaban a esta iglesia provocando una ostensible disminución de feligreses. Desde su primera aparición pública el nuevo Papa ha dado a conocer no sólo su objetivo a alcanzar como máxima autoridad religiosa, sino su nueva manera de conducir a la iglesia. Un objetivo que busca la recuperación de la fe católica en el mundo a través de una variación conductual de la iglesia de mayor contacto con los pobres que buscan justicia, una conducta que dejando a un lado la ostentación y la opulencia se vista de honradez, austeridad, sencillez y humildad.

Sin lugar a dudas que el Papa Francisco viene imponiendo una nueva forma de gobernar a la mayor iglesia del orbe. Y eso es digno de reconocimiento y debe ser también un modelo de emulación o imitación. Los valores humanos de la honestidad y la austeridad como antagónicos a la inmoralidad y la opulencia, y, la sencillez y humildad como contrarios a la ostentación y la soberbia deben ser siempre el faro que ilumine el comportamiento humano. Todo ello bajo las banderas de la paz, el amor y la fraternidad entre todos los seres humanos. Principios que también son seguidos por otras agrupaciones religiosas cristianas no católicas todas bajo la guía incomparable de la sabia doctrina contenida en el libro sagrado de la Biblia.

Las reformas emprendidas por el nuevo Papa entre ellas las que tienen que ver con las tareas de saneamiento de la economía del Vaticano, la imposición de drásticas medidas contra la curia envuelta en escándalos de toda índole, su lucha contra el bloqueo de capitales, contra el financiamiento del terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. Sus continuos viajes a las zonas en conflicto bélico en busca de la paz, sus iniciativas de contacto con la juventud en diversas países del mundo (Brasil: Jornada Mundial de Evangelización de la Juventud), su peregrinaje a Tierra Santa, sus frecuentes llamados al diálogo y la concordia entre pueblos enfrascados en luchas intestinas como el de Venezuela, su reconocimiento y valoración de la labor del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez y su “Teología de la liberación”, nos grafica un nuevo estilo de trabajo. Méritos que sirvieran de base para ser uno de los nominados para el Nobel de la Paz evento mundial que patrocina la fundación Nobel de Noruega.

El 13 de este mes Francisco I ha cumplido un año de exitoso ejercicio como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica por lo que viene siendo motivo de reconocimiento mundial no sólo por parte de la feligresía católica, sino de la que no lo es. Un ejemplo de vida sustentado en la práctica de los valores humanos que debe ser seguido no sólo por las autoridades eclesiásticas y sacerdotes, sino también por las autoridades y fieles laicos. Autoridades nacionales, regionales y locales que justamente hacen todo lo contrario a los valores humanos, muchas de ellas envueltas en escándalos y acciones de corrupción impregnando su actuación con el egocentrismo, la soberbia y el irrespeto al pueblo.