Por: César Lévano
Las declaraciones del Presidente Ollanta Humala ayer en respaldo de Óscar Valdés marcan el fin de una etapa de suspenso y dudas. Ahora puede asegurarse que la línea del premier, repudiada por la mayoría del país, es dictada en realidad por el primer mandatario.
El argumento central de Humala es la necesidad de afirmar el principio de autoridad. Olvida que la autoridad de los gobernantes se gana con el acierto de la conducción, con la limpieza de la conducta y con la protección al pueblo, no con la bala, la prisión y el engaño.
En materia de despotismo, los ciudadanos del Perú tenemos amplia experiencia. En los años 30 del siglo XX, hubo un presidente, Luis M. Sánchez Cerro, que llegó al poder mediante un golpe militar contra un tirano, y, envuelto en inmensa popularidad, ganó en votos a nada menos que Víctor Raúl Haya de la Torre, el joven y carismático fundador del APRA. A pocos meses de su mandato, sin embargo, se dejó seducir por la oligarquía y el imperialismo, y desató un alud de represión, masacres, asesinatos, persecuciones. Miles de peruanos poblaron las prisiones y el destierro.
Fue una época de oprobio. Bajo su sombra prosperó el partido fascista Unión Revolucionaria, cuyas huestes vestían la mussoliniana camisa negra. Una de sus banderas era el orden y el principio de autoridad.
La violencia entonces desatada desde arriba, con el estímulo histérico de un diario profascista, provocó la violencia desde abajo. Surgieron alzamientos armados. Al final, Sánchez Cerro fue asesinado por un joven aprista. Siguió una etapa que Jorge Basadre, con luminoso acierto, califica de guerra civil.
En años recientes surgió en Ecuador un caudillo militar joven, Lucio Gutiérrez, que se montó en una ola popular debido a su rechazo aparente a la vieja política y los privilegios viejos. Se alió con las organizaciones campesinas. Pronto se quitó Gutiérrez la camiseta roja. Comenzó a reprimir al pueblo y se sometió a los dictados del Fondo Monetario Internacional. Al final, las masas que lo habían encumbrado lo arrojaron del poder.
El respaldo presidencial a Valdés logra, por supuesto, el aplauso de la derecha recalcitrante. El Presidente respalda al premier, pero ¿quién respalda al Presidente? La podrida cúpula aprista, el Fujimorismo vergonzoso, la prensa vinculada al poder económico, lo respaldan. Pero no hace falta ninguna facultad adivinatoria para saber que Humala ha iniciado una carrera hacia la impopularidad y el fracaso.
El domingo último, El País de España publicó esta declaración de David Remnick, director de la gran revista estadounidense The New Yorker: “Sin una realmente rigurosa cultura de investigación, de explicación, de contar bien las historias, de presionar al poder, de mantener la independencia, no hay periodismo”.
Yo me adhiero. (la primera)