Por: César Lévano
La historia vuelve a repetirse, dice el tango. Antes, Karl Marx había precisado que se repite, LA PRIMERA vez como tragedia, la segunda, como comedia. En el caso del incendio que ayer quemó 14 vidas en un Centro para Rehabilitación de drogadictos la repetición es trágica.
La penúltima de estas hecatombes ocurrió el 28 de enero último en San Juan de Lurigancho.
Esa vez los muertos fueron 29. Se trataba de una institución privada, un negocio, que llevaba el paradójico nombre de “Dios es amor”. La de ahora se llama “Corazón de Jesús”. Hasta el momento se sabe que estaba inscrita en el Registro Nacional de Establecimientos de salud.
En las muertes de enero hubo un problema. Estallado el incendio, el humo asfixió a los pacientes. Los internos estaban encerrados con candado, sin guardián a la vista. No había dispositivos contra incendios. Ahora, las circunstancias han sido parecidas. Los internos, todos jóvenes, estaban encerrados con candado en el segundo piso. No se sabe aún cómo algunos pacientes escaparon al primer piso y salvaron sus vidas. Los que no pudieron hacerlo, murieron asfixiados.
Esas muertes señalan, con huellas de sangre y dolor, la crisis en la atención de la salud, deber básico del Estado. En el hecho preciso de los dos incendios se refleja el abandono de dos sectores neurálgicos: el de la salud mental y el de la drogadicción.
Es el neoliberalismo, con su receta estúpida y criminal de “ahorrar” en servicios sociales. Hace poco, los trabajadores del sector salud realizaron un paro con el que exigían, entre otras cosas, más fondos para ese ministerio.
Hay quienes culpan de estas y otras muchas desgracias a Luis Miguel Castilla, ministro de Economía que cierra la bolsa para todo lo que no sea negocio privado. Sí. Para eso ha sido colocado ahí. Para eso había sido recomendado desde Washington. Sobre él recae la responsabilidad política.
La responsabilidad histórica es del presidente Ollanta Humala, quien nombró, mantiene y defiende a ese ministro nefasto.
El problema de fondo es que acá el neoliberalismo en su forma más burda, más criolla, se ha instalado en todos los poros de la sociedad, incluido el periodismo. Hasta en la muerte de Policías y militares en la selva se manifiesta esa línea. Helicópteros sin blindaje, operativos sin labor previa de inteligencia, chalecos salvamuertes, armamento obsoleto: todo indica que los dictados neoliberales del Fondo Monetario Internacional están aquí para arruinar a las mayorías y eliminar vidas.
Hasta en la conmovedora peregrinación de don Dionisio Vilca, que se interna, solo, en la selva para encontrar a su hijo, el Policía heroico César Vilca, y lo encuentra muerto y lo carga, solo, se ve cómo el Estado es acá para los débiles una ficción.
¡Pensar que la gente votó para que esto cambiara!
(la primera)