Nuestra madre tierra está herida de muerte. Desde hace mucho tiempo viene siendo víctima de la insanía de la mayoría de sus hijos e hijas quienes, día a día, muestran su ingratitud, impiedad y deslealtad para con ella. Ella que nos da la vida, nos da de comer y beber, que nos brinda alojamiento, nos permite trabajar, distraer, dormir, vivir cómodamente; en suma, que nos sirve de cuna y de sepultura a la vez.
Nuestro planeta, que, para quienes somos cristianos, creemos que Dios nos ha prestado para utilizarlo como hogar con la condición de cuidarlo y protegerlo. Ese nuestro hogar ha sufrido por siglos el ensañamiento incomprensible de los seres humanos asestándole reiteradas puñaladas las que han abierto muchas heridas que vienen propiciando su asfixia y destrucción lo que lógicamente ha traído negativos resultados entre ellos los desequilibrios ecológicos como el calentamiento global o efecto invernadero causante de largas temporadas de estiaje o sequedad, heladas o friajes, aluviones, huaycos, huracanes, en suma enfermedades y miles de muertes de seres humanos, animales y vegetales aparte de la destrucción de miles de miles de bienes materiales.
Frente a este fatídico y desolador escenario vaticinador del arribo de las 7 plagas de Egipto y el anuncio del juicio final nuestra madre tierra cuenta con recursos que sirven de antídoto frenador del asfixiante clima y que sirve como una gigantesca reserva de oxígeno. Esa reserva es un inmenso territorio ubicado en América del Sur que abarca varios países entre ellos Brasil, Perú, Paraguay, Bolivia, Colombia y Ecuador. Un territorio surcado por el majestuoso río Amazonas y cubierto de bosques, humedales y animales todo ello sirviendo de despensa y fábrica del vital oxígeno todo en una proporción del 70% de lo que existe en el planeta sirviendo de pulmón del mismo.
Sin embargo, ese inmenso bosque y su gigantesco, legendario, mágico y misterioso Río Amazonas, preciada e incomparable joya de la humanidad a quien le debemos la supervivencia de nuestro planeta se encuentra enfermo y ¿Quiénes lo han enfermado? Desgraciadamente los mismos seres humanos que reciben mil beneficios de él.
Movidos por costumbres anacrónicas y creencias absurdas un buen número de pobladores del ande sudamericano y entre ellos del Perú realizan la quemazón de pastizales con la ilusión errónea de lograr luego la fertilización del suelo o llamar a la lluvia lo que le permitirá una mejor siembre y cosecha acciones que hasta hoy persisten habiendo producido en nuestro país hasta 136 incendios en lo que va del año aunque claro no de gran magnitud, pero igual de dañina. Otro problema gravísimo es la tala ilegal e indiscriminada de árboles con el propósito de lograr un terreno llano para las siembras devastando en el Perú hasta 155,000 has. Y en el Brasil hasta 500,000 has. Lo que viene ocasionando en lo que va del año en este último país hasta 76,000 incendios todo una hecatombe que viene irradiando sus tentáculos de muerte a los países vecinos de Paraguay, Bolivia, Perú y Colombia.
Problema apocalíptico que aún no es solucionado provocando la angustia y la preocupación de países no sólo de América sino de Europa al punto que las siete naciones más poderosas del mundo agrupadas en el llamado Grupo de los siete han ofrecido al Presidente Brasileño Jair Bolsonaro una ayuda económica de 20 millones de dólares así como logística para sofocar las los incendios oferta que incomprensiblemente este ha rechazado por que el Presidente francés le habría faltado el respeto al hacer notar su falta de previsión para evitar los incendios sin importarle que continué dicho problema.
Es necesario precisar, empero, que el problema de los incendios también se hace presente en nuestra provincia de manera permanente y en las alturas siempre con la infeliz creencia que con eso se lograr llamar a las lluvias y se vuelve apto el suelo para la siembra un terrible error que no toma en cuenta que con ello se destruye no sólo los pajonales o ichus, sino otras plantas así como miles de animales pero lo que es peor el humo tóxico al elevarse a la atmósfera destruye la capa de ozono que es el escudo natural de nuestro planeta para evitar el ingreso desproporcionado de los rayos ultravioletas causante del efecto invernadero.
Pero, el daño más terrible es que se destruye la vegetación que es la fábrica generadora del oxígeno elemento vital para la vida constituyendo toda la Amazonia el pulmón de nuestro planeta con lo que deducimos que cada vez que destruimos una planta estamos eliminando una determinada cantidad de oxígeno, esto es, nos vamos suicidando. Hoy más que nunca es preciso tomar conciencia de estos hechos procediendo al cuidado de nuestra vegetación para luego no estar quejándonos después de la acción destructora de las heladas o friajes, las tormentas, los aluviones, los huaycos, huracanes, entre muchos más.
Nuestra madre tierra está herida de muerte. Desde hace mucho tiempo viene siendo víctima de la insanía de la mayoría de sus hijos e hijas quienes, día a día, muestran su ingratitud, impiedad y deslealtad para con ella. Ella que nos da la vida, nos da de comer y beber, que nos brinda alojamiento, nos permite trabajar, distraer, dormir, vivir cómodamente; en suma, que nos sirve de cuna y de sepultura a la vez.