sábado, 15 de noviembre de 2014

La muerte de un periodista


Raúl Tola

Por: Raúl Tola

Periodista y escritor peruano.

Según el testimonio de Hilario Raymondi a su hijo Fernando lo mataron dos personas que llegaron de sorpresa a la bodega de la familia, en la calle 28 de Julio de Cañete. Era de noche y el joven conversaba en la puerta con Diego Ormeño, uno de sus mejores amigos, cuando un mototaxi color rojo frenó delante de ellos. Dos sujetos armados y con gorras bajaron, y uno gritó a Ormeño: «¡Vete de acá, mierda!». El otro apuntó a Fernando Raymondi, y lo hizo entrar a la bodega.

Al oír el barullo, Hilario Raymondi salió al mostrador. Encontró a su hijo maniatado, y uno de los sujetos le preguntó dónde guardaba la plata. Hilario señaló una vitrina, y se disponía a entregar el poco dinero del día (unos 200 soles), cuando vio cómo una pistola se dirigía al pecho de Fernando, y le pegaban dos balazos. Murió camino al hospital Rebaza, la noche del domingo 9.
Fernando Raymondi era un joven de 22 años que estaba por terminar la carrera de Ciencias de la Comunicación y practicaba en la revista «Caretas». Había entrado hacía ocho meses, y en julio pidió su traslado del departamento de archivo al de seguridad, donde apoyaba las investigaciones sobre crimen organizado, narcotráfico y corrupción. Todo parece indicar que su asesinato fue una respuesta a las indagaciones que justamente realizaba sobre el sicariato, muy extendido y vinculado con las mafias de la construcción en Cañete.

No terminábamos de lamentarnos por una trágica muerte que vuelve a poner de luto al periodismo, demuestra las condiciones de riesgo en las que se ejerce en provincias, y segó la vida de un joven a quien todos recuerdan como valiente y esforzado, cuando el ministro del Interior Daniel Urresti decidió intervenir. Un día y medio después del crimen de Fernando Raymondi, cuando las investigaciones recién comenzaban y el asesino no había sido capturado, acompañó al director de la Policía Nacional, general José Flores, en la conferencia de prensa donde afirmó tajante: «No es sicariato, sino intento de asalto con consecuencia de muerte».

Para adelantar opinión (con la venia de Urresti) a Flores no parecieron importarle los propios hechos del caso: Que los delincuentes largaran a Diego Ormeño antes de matar a Fernando Raymondi. Que según una alerta del Ipys, encararan al periodista diciéndole que él sabía por qué estaban ahí. Que desde hace cuatro años en aquella zona no se produce un robo. Que de la bodega de Hilario Raymondi no se llevaron nada. Que desde enero del año pasado se han registrado 20 asesinatos por encargo, a ritmo de uno por mes.

Como se especuló, todo parece indicar que la declaración del general Flores respondió a una simple elección: la muerte casual de un muchacho en el asalto a la bodega de su padre siempre será menos llamativa que el asesinato de un periodista a manos de sicarios. Más todavía si el mismo Daniel Urresti afirmó en noviembre pasado: «En un 90% las víctimas del sicariato son delincuentes. Entonces, ¿a quién debe preocupar el sicariato con esa estadística? ¡A los delincuentes! Al poblador común no le preocupa mucho el sicariato». Que le pregunten a la familia de Fernando Raymondi si piensan lo mismo.

Cuando la prensa comenzó a contradecir la versión de la Policía y a hacer preguntas incómodas, Urresti intentó jugar el papel de víctima, no pudo contener algún exabrupto como los que suelen adornar sus constantes apariciones públicas, y al final tuvo que reconocer que ninguna hipótesis podía ser descartada. Por si fuera poco, el ministro del Interior gastó luego una hora de su valioso tiempo trenzándose en una pelea por las redes sociales con la periodista Rosa María Palacios, donde quedaron en evidencia todas sus contradicciones, además de su mala sintaxis. Una semana más Daniel Urresti volvió a demostrar sus formas poco atinadas, su poca tolerancia a las críticas y su fascinación por los reflectores. Además de restarle credibilidad a su cargo de ministro con cada día que pasa, nada de esto ayudará a resolver el crimen de Fernando Raymondi.(la república)