lunes, 20 de octubre de 2014

Acuña no solo ganó, también perdió


Trujillo.- Hay en la vida victorias holgadas, redondas, apabullantes, ésas en las que el vencedor se enseñorea y no deja dudas de su superioridad. Ocurre en la vida y, desde luego, también en las elecciones.

César Acuña y su partido, Alianza Para el Progreso, lograron eso alguna vez en Trujillo. Fue en el año 2006, en las históricas elecciones en la que el Apra perdió por primavera vez su gran "bastión" a manos de un político relativamente nuevo (ya había sido congresista) y con poder económico. Pero lo resaltante de ese triunfo de Acuña y su partido fue que, más allá de su dinero, hubo mucha gente en la provincia que se sumó a esa especie de marea azul-roja-blanca, hartada del Apra y sus fauces devoradoras del erario, de su monopolio en la burocracia y su poderío omnímodo. Nunca antes hubo alguien que encarnara, como lo hizo Acuña en ese momento, el rechazo a una fuerza muchas veces viciosa que tenía el sello de la estrella en todo lado. Por eso el triunfo electoral de Acuña fue en ese entonces inapelable.

Pero las cosas han cambiado. Cambiaron en los últimos años. Acuña ganó en el 2010, pero lo hizo -como se dice- ajustando, con susto, con un margen mucho más estrecho ante el entonces aprista Daniel Salaverry, mucho más estrecho de lo que sugerían las encuestas previas. Y ahora, en las últimas elecciones, el desgaste se ha hecho sentir.

El candidato de APP, Manuel Llempén, sufrió en carne propia el hartazgo que ya ha empezado a despertar el partido de Acuña en la provincia de Trujillo. Ese hartazgo que proviene de un rechazo a esa suerte de nuevo orden, de nuevo poderío omnímodo y hasta pedante. Es tan latente este rechazo, que José Murgia, quien se suponía no esperaba muchos votos de los trujillanos, ha terminado convenciendo a muchos en esta provincia que él era el mal menor ante César Acuña. Por ello Murgia logró, solo en Trujillo provincia, un interesante 40 por ciento de los votos.

Acuña ha ganado, pero también ha perdido. En muchos lugares se habla hoy de fraude, se habla de un manejo oscuro y sistemático para voltear la voluntad popular, para ganar aquello que en igualdad de condiciones no podría lograr, al menos no con claridad. Y la prensa en general, aquella que por momentos parecía temerle al poder de su billetera, ya no tiene reparos en cuestionarlo como a ningún político local hoy en día (enhorabuena).

Y todo esto no es gratuito. Acuña debe mirarse en el espejo y confrontarse a sí mismo: él que tanto prometió el gran cambio, ha terminado convertido en aquello que antes cuestionó; ha cambiado el símbolo y los colores, pero no el fondo del asunto. Por eso hoy su triunfo ha sido empañado, y en muchos lugares se cree que nace de su plata y de sus maniobras de poder, más que de la voluntad de la gente.

Acuña y su gente culpan al Apra y sus nuevos aliados, creen que ellos son quienes emprenden una lucha para hacerle creer a la gente que su triunfo es ilegítimo. A lo mejor es cierto en parte. Pero la verdad es que ha sido él mismo quien le ha dado al Apra y a sus aliados las armas para que empiecen a menoscabarlo.(correo)