Testimonios de milagro
y esperanza en la tierra del Tayta Pancho.
En la ciudad de
Huamachuco, la fe no es solo una tradición: es la luz que guía el corazón de su
pueblo. Cada año cuando se celebra la fiesta, se renueva un pacto de amor,
entrega y devoción con el santo que, con su humildad y caridad, sigue obrando
milagros entre nosotros.
En esta tierra
franciscana viven Roque Jesús Acosta Mora y Luciano Teagua Escamilo que, aún en
medio del dolor, testifican la misericordia y el poder sanador celestial.
Mientras se preparaban para iniciar la fiesta del año 2024, durante el corte del madero para
el gallardete, sufrieron un accidente que los dejó gravemente heridos.
Fueron llevados
al hospital Belén de Trujillo. Allí con la asistencia médica y el apoyo de la
Hermandad San Francisco de Asís, comenzó una etapa difícil. Pero no estaban
solos, la oración se convirtió en su refugio, su fe en el Tayta Pancho, en la
fuerza para no rendirse.
Tania Acosta, hermana
de Roque Jesús, cuenta que pasó más de un mes sin poder moverse ni hablar con
claridad. La operación que necesitaba para volver a caminar no se realizó por
la falta de material quirúrgico. Fue una noticia dolorosa, pero nunca perdimos
la fe, afirma.
Roque Jesús
comparte su experiencia espiritual: “Soñaba muchas veces que, vestido de
negrito, quería llegar a la procesión del panchito, pero al acercarme, me
despertaba. Entendí que era San Francisco diciéndome que no perdiera la fe, que
él estaba conmigo. Poco a poco, dejé el andador, luego la silla de ruedas y
después de seis meses, como si su mano me levantara, volví a caminar. Este año,
con la ayuda de Dios, estaré de negrito en la procesión”.
Por su parte,
Luciano Teagua despertó en el hospital Belén sin saber dónde estaba, con el
brazo derecho fracturado, fuerte golpe en la cabeza, sin escuchar en el oído
derecho y sin poder moverse. Fue operado, tras su alta médica, volvió a
Huamachuco.
“Lo primero que
hice al llegar fue arrodillarme ante mi panchito en mi habitación. Lloré
durante cuatro días, agradeciéndole por la vida y suplicándole por mi sanación.
Luego, algo maravilloso ocurrió: una paz profunda llenó mi alma y al día
siguiente ya no lloré más. Sentí que Francisco había entrado en mi corazón y había
iluminado mi mente”, relata Luciano.
Este año, aunque
con secuelas, Luciano no dudó en cumplir su promesa y ayudó a jalar la soga del
gallardete, se pintará de negro y acompañará la procesión con alegría que nace
de su propia fe.
“Todavía me
siento mareado por el oído, pero nada me impide cumplir mi promesa porque lo
más importante no es cómo estamos físicamente, sino cuánto amamos a Dios y
estamos dispuestos a seguir a Francisco”, añade con firmeza.
Dos hombres, dos
pruebas, dos testimonios vivos que la fe mueve montañas y que San Francisco
nunca abandona, y como negritos del Tayta Pancho, seguiremos caminando al compás
de su amor, seguros de que, mientras vivamos bajo su mirada, siempre habrá paz
y bien.