domingo, 5 de octubre de 2025

Huamachuco: Mi fe en San Francisco de Asís

 

Por: Alberto Francisco Mendoza Acosta.

Testimonios de milagro y esperanza en la tierra del Tayta Pancho.

En la ciudad de Huamachuco, la fe no es solo una tradición: es la luz que guía el corazón de su pueblo. Cada año cuando se celebra la fiesta, se renueva un pacto de amor, entrega y devoción con el santo que, con su humildad y caridad, sigue obrando milagros entre nosotros.

En esta tierra franciscana viven Roque Jesús Acosta Mora y Luciano Teagua Escamilo que, aún en medio del dolor, testifican la misericordia y el poder sanador celestial. Mientras se preparaban para iniciar la fiesta del año 2024, durante el corte del madero para el gallardete, sufrieron un accidente que los dejó gravemente heridos.

Fueron llevados al hospital Belén de Trujillo. Allí con la asistencia médica y el apoyo de la Hermandad San Francisco de Asís, comenzó una etapa difícil. Pero no estaban solos, la oración se convirtió en su refugio, su fe en el Tayta Pancho, en la fuerza para no rendirse.

Tania Acosta, hermana de Roque Jesús, cuenta que pasó más de un mes sin poder moverse ni hablar con claridad. La operación que necesitaba para volver a caminar no se realizó por la falta de material quirúrgico. Fue una noticia dolorosa, pero nunca perdimos la fe, afirma.

Roque Jesús comparte su experiencia espiritual: “Soñaba muchas veces que, vestido de negrito, quería llegar a la procesión del panchito, pero al acercarme, me despertaba. Entendí que era San Francisco diciéndome que no perdiera la fe, que él estaba conmigo. Poco a poco, dejé el andador, luego la silla de ruedas y después de seis meses, como si su mano me levantara, volví a caminar. Este año, con la ayuda de Dios, estaré de negrito en la procesión”.

Por su parte, Luciano Teagua despertó en el hospital Belén sin saber dónde estaba, con el brazo derecho fracturado, fuerte golpe en la cabeza, sin escuchar en el oído derecho y sin poder moverse. Fue operado, tras su alta médica, volvió a Huamachuco.

“Lo primero que hice al llegar fue arrodillarme ante mi panchito en mi habitación. Lloré durante cuatro días, agradeciéndole por la vida y suplicándole por mi sanación. Luego, algo maravilloso ocurrió: una paz profunda llenó mi alma y al día siguiente ya no lloré más. Sentí que Francisco había entrado en mi corazón y había iluminado mi mente”, relata Luciano.

Este año, aunque con secuelas, Luciano no dudó en cumplir su promesa y ayudó a jalar la soga del gallardete, se pintará de negro y acompañará la procesión con alegría que nace de su propia fe.

“Todavía me siento mareado por el oído, pero nada me impide cumplir mi promesa porque lo más importante no es cómo estamos físicamente, sino cuánto amamos a Dios y estamos dispuestos a seguir a Francisco”, añade con firmeza.

Dos hombres, dos pruebas, dos testimonios vivos que la fe mueve montañas y que San Francisco nunca abandona, y como negritos del Tayta Pancho, seguiremos caminando al compás de su amor, seguros de que, mientras vivamos bajo su mirada, siempre habrá paz y bien.