Hoy se celebra a todos quienes ejercen la labor docente en el país, incluso contra el abandono estatal.
No hay democracia sólida sin educación pública de calidad. No hay ciudadanía activa sin pensamiento crítico, sin comprensión lectora, sin capacidad para dialogar y deliberar. A través de la alfabetización, de la matemática básica, de la historia nacional, los docentes construyen las bases mínimas de inclusión, justicia y libertad para quienes nacieron más lejos de ellas.
En las sociedades modernas en vías de desarrollo, cada maestro que enseña en condiciones adversas, en escuelas rurales sin agua ni internet, en aulas masificadas o con materiales insuficientes, sostiene, muchas veces en soledad, el futuro del país.
Por eso, reflexionar sobre el magisterio, hoy 6 de julio, no debe limitarse a lo simbólico. Es indispensable colocar en la discusión pública las condiciones reales en que se ejerce la docencia en el Perú.
Porque el país no podrá cerrar sus brechas sociales si no cierra antes sus brechas educativas. De acuerdo con informes ampliamente conocidos por los hacedores de políticas públicas del Banco Mundial, esas brechas no se cierran sin maestros bien formados y bien remunerados. Pero, sobre todo, si es que la sociedad en conjunto no entiende que el progreso empieza en el aula.
Desde mediados del siglo XX, los sindicatos de maestros —con sus aciertos y contradicciones— han sido actores claves en esta exigencia de justicia educativa. Han recordado que la calidad no puede separarse de la dignidad. Que pedir mejores salarios, capacitación continua, infraestructura adecuada y reconocimiento profesional no es corporativismo, sino una defensa del derecho de los estudiantes a recibir una educación que les permita imaginar un futuro distinto.
Pero también es cierto que para que estas demandas se traduzcan en cambios reales, el Estado necesita construir capacidades. Aumentar el presupuesto en educación es urgente —y es una deuda histórica—, pero igual de urgente es usarlo con planificación, transparencia y continuidad.
No basta con prometer más dinero si no se fortalecen las unidades de gestión educativa (ugeles), si no se garantiza la formación docente y si no se articulan políticas que eviten que la educación siga dependiendo del esfuerzo heroico de cada maestro.
Esta realidad debe interpelar a todos los peruanos, sobre todo a los que pretendan ocupar un cargo público en un momento electoral como este. Porque educar no es un servicio cualquiera, sino una función pública esencial.
En este Día del Maestro, como a lo largo de los años, esta casa periodística reconoce a los hombres y mujeres educadores peruanos como pilares del anhelo de una república superior. Y hacemos los votos para poner a la educación —y con ella, a los maestros— en el centro de nuestro pacto social. (La República)