Por: Dionicio Mantilla León
Nunca como en estos días los peruanos en su totalidad hemos vibrado de emoción incontenible. Hemos aflorado nuestros sentimientos nacionalistas y nuestro orgullo de ser peruanos. Pobres y ricos; costeños, andinos u amazónicos; blancos, cobrizos o mestizos; desde las más importantes urbes hasta los más humildes caseríos; todos sintiendo inflamar el amor patrio en nuestros corazones. Hemos sufrido con los traspiés y derrotas, pero nos hemos levantado jubilosos con los triunfos e ilusiones de la blanquiroja sagrada que cubría el pecho de nuestros jóvenes del seleccionado de fútbol y nos cubría también a nosotros.
Todos contagiados con el orgullo salido a flor de piel de haber nacido en esta hermosa tierra del sol, de llamarnos peruanos descendientes de una cultura Inca igual o superior a otras del mundo. Y es que nuestros compatriotas que integran la selección han cambiado su ser, se han nutrido de valores que es la sabia dulce del verdadero ser humano. Atrás dejaron los desvalores, banalidades y escándalos que como carroña han servido de alimento a programas faranduleros y realtys.
Ahora, se han nutrido de la autocrítica, la familia, el respeto, la autoestima, la disciplina, la responsabilidad, la perseverancia, el deseo de ser mejores cada día, de alcanzar metas imposibles, y, sobre todo, de ser conscientes de representar a la tierra que nos vio nacer y, por ella, jugar como héroes civiles, con entrega sin límites y, al ganar, llegar al sincero llanto.
Regresamos a un mundial de fútbol luego de 36 años de ausencia. Regresamos como guerreros del bien y la voz de rojos heraldos que anuncian un nuevo porvenir para el deporte nacional y la vida nacional. Atrás, quedará el sello de “patito feo” de América Latina. Somos, hoy, es el cisne de blanco plumaje que elegante y majestuoso se exhibe sin vanidad, pero que, con sano orgullo que viste la blanquiroja gritando a todo pulmón “¡Viva el Perú carajo!”.
Cuan admirable el gesto de nuestra selección. Ejemplo a ser emulado por la juventud en otras disciplinas deportivas, en la ciencia, el arte, la cultura y en la labor cotidiana, todas ellas significando medallas del oro, joya del triunfo de la que son pródigas las entrañas de nuestra patria; porque el Perú es fuente inagotable de riquezas naturales, como fuente lo es también de una fecunda historia y una gran cultura construidas con amor por sus hijos e hijas. Perú, nombre que llevamos en el más preciado rincón de nuestros corazones y en el altar de nuestra sincera gratitud.
En estos días de esplendor relievemos la luz de la victoria, pero sin olvidarnos que en el lado oscuro de la Patria se esconde los monstruos de la corrupción, la incapacidad gubernativa, el narcotráfico, la delincuencia y la criminalidad, baldones que nos avergüenzan y alimentan el lodo de la miseria humana atizados por politiqueros que de la ambición al poder mezquino y la dictadura parlamentaria hacen su “pan nuestro de cada día” atentando contra la independencia de los poderes del Estado, contra la democracia y el desarrollo nacional.
En esta hora de júbilo que ilumina la nación eliminemos esas tinieblas. Que los niños, jóvenes y adultos de la Patria sigamos templando como el acero nuestra firme voluntad de fortalecer nuestra democracia, de seguir labrando la grandeza de la Patria y de cosechar nuevos triunfos poniendo siempre en alto la bandera rojiblanca y entonando, a viva voz, aquel himno nacido de lo más hondo de nuestro corazón: ”¡Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz,/ de haber nacido en esta hermosa tierra del Sol !/ Donde el indómito Inca prefiriendo morir/ legó a su raza la gran herencia de su valor./Ricas montañas, hermosas sierras, /risueñas playas es… mi Perú.”