domingo, 16 de abril de 2017

Días de Reflexión

Por: Dionicio Mantilla León

Y el Hijo de Dios dijo a sus discípulos: ”Así está escrito, que el Cristo tenía que padecer y al tercer día resucitar de entre los muertos y que, en su nombre, se predicara el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones”. Y, mientras los bendecía se fue alejando de ellos y fue llevado arriba al cielo” (San Lucas. Cap. 24:46-47-51). De esta manera, como estaba escrito sufrió, murió, resucitó y ascendió a los cielos luego de tres días de martirologio en manos de los soldados romanos.

Pero, ¿Por qué sufrió y murió, si era el Hijo de Dios y esto, razonablemente, no debía ocurrir? Para quienes somos cristianos creyentes Jesús fue asesinado por las los romanos para, con ello, pagar por todos los pecados de la Humanidad. Porque Jesús es la representación del sacrificio y el amor infinito.

Quienes hemos sentido la presencia de Jesús, el Cristo, participamos de la Semana Santa. Magnífica ocasión de revivir los acontecimientos de aquella aciaga época ubicándonos en el mismo ser de Cristo y su martirio no como Dios, sino como Hombre. Magnífica oportunidad que nos permite reflexionar acerca de este acontecimiento. ¿Cuánto hacemos por cumplir lo indicado por Jesús de “arrepentirnos” de nuestros pecados y de “perdonar” a quienes nos ofenden, recomendación hecha antes de ascender a los cielos?

Dios, en su infinita bondad, nos entregó un maravilloso hogar, nuestro planeta Tierra, con sólo una condición: cuidarla. ¿Cuántos cumplimos este encargo? Muy pocos. Antes más bien, nos ensañamos con ella. La destruimos con nuestras mezquindades, ambiciones y negligencias. Como el peor y más avezados de los criminales nos empeñamos en eliminar la maravillosa armonía de la naturaleza, en romper sus misteriosos equilibrios ecológicos provocando la destrucción de aquel escudo planetario como es la capa de ozono y con ello provocar el desequilibrio de las corrientes marinas y el calentamiento global que trae consigo tormentas, aluviones, huaycos, inundaciones, etc, pagando, hoy, sus terribles consecuencias. No podemos hablar entonces de “los desastres ocasionados por la naturaleza” sino de “los desastres provocados por los seres humanos”.

Por otro lado, ¿Aquel hermoso mandamiento de: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”, se cumple cabalmente? Empeñados como están hoy las grandes potencias entre ellas EE.UU. por lograr el predominio en el mundo para seguir robando las riquezas de naciones pequeñas promueven guerras haciendo de la paz y la fraternidad entre los humanos sólo una quimera.

Asimismo, ¿Cuan indolentes nos mostramos ante el sufrimiento y abandono de otros seres humanos necesitados estando en capacidad de acudir a darles la mano solidaria. Muy pocos. Hacemos más bien oídos sordos de aquella hermosa parábola del buen samaritano?

¿Cuánto en las iglesias nos damos golpes de pecho y hasta nos danos la mano durante el rezo del Padre Nuestro prometiendo perdonar a quienes nos ofenden. Pero, ¿Cuántos perdonamos?

¿Cuántos de nosotros tomamos a la Biblia como la palabra de Dios y acatamos lo que allí se dice sin distorsionarlo? ¿Cuántos cumplimos en considerar a Jesús, el Cristo, como el único intercesor o intermediario ante Dios y dirigimos sólo a Él nuestras plegarias?

¿Cuántos de nosotros, perteneciendo a una congregación religiosa nos envanecemos considerándonos como los únicos cristianos y depositarios de la verdad divina ofendemos a los de otras congregaciones calificándolas como “personas inicuas o impuras, o del mundo pecaminoso”, sólo porque no usamos ropa larga, porque comemos carne, celebramos la navidad, cumpleaños, efemérides cívicas o nos distraemos sanamente, sin caer en excesos?

Finalmente, ¿Por qué en nuestro país existen más de mil credos religiosos cristianos si todos creemos en Cristo y todos nos consideramos hijos de un solo Padre Dios? ¿Si todos tomamos a la Biblia como evidencia fiel de la palabra de Dios y nos esforzamos en seguir sus normas doctrinales?

¿Por qué no considerarnos todos como hermanos y dejamos atrás la división religiosa y los vanos enfrentamientos?

Al término de la semana santa y al inicio del acto glorioso de la resurrección de Jesús, nuestro Salvador, ratifiquemos nuestro cristianismo, fortalezacamos nuestra fe en Él y nuestro compromiso de cumplir la sabiduría de su doctrina amándonos como hermanos para una correcta convivencia con nuestros semejantes y un armónico desenvolvimiento con la naturaleza y nuestro hogar, el planeta Tierra.

¡Que el sacrificio de Jesús, nuestro Salvador, no sea en vano!