Por: Dionicio Mantilla León
Es la tarde del 29 de julio del 2018 y miles de personas centran su mirada hacia un costado de una extensa y bella plaza de armas de la andina y hermosa ciudad de Huamachuco en donde, año a año, tiene lugar un importante ceremonial. En ella, un alargado y recto madero, cual gigante Gulliver de los cuentos infantiles, intenta hundir, ayudado por cientos de acerados hombres de campo, uno de sus extremos en la tierra, la “pacha mama antigua” de nuestros ancestros que ha abierto su vientre para recibirlo.
Es un coloso de madera de 40 ms. de largo y 0.50 ms. de diámetro que exhibe en su testa un sedoso y enorme pañuelo teñido de blanco y rojo de 15 ms de largo que, entre vaivenes y sudores, maromas y tijerales, va en busca de un refugio a sus ansias de dar vida, de posesionarse para fecundar a la pachamama milenaria y, con ello, convertirse en símbolo de vida, en señal indubitable de esperanzas de un año exitoso y libre de penurias y sinsabores para un pueblo agrícola, laborioso e inteligente.
Este año, el gigante ha sido traído de un tupido bosque de eucaliptos del caserío de Coipín en titánica jornada protagonizadas por brigadas llamadas “huarangas” (grupos de 100 hombres) liderados por sus Caporales o Comisarios tanto de la parte baja (Uninjaya) y la parte alta (Ananjaya) y, todos ellos, encabezados por el Comisario Mayor. La jornada nunca ha sido fácil pues el camino siempre se muestra sinuoso y accidentado, pero, con la ayuda de un grupo de mujeres que les socorren con chicha y coca avanzan como mágicos y gigantesco ciempiés ayudados de reatas y varas de madera. Es un espectáculo impresionante que se hace realidad con el aliento de ellos mismos a través de gritos estentóreos y el alegre son de los “chirocos” o cajeros tradicionales.
La jornada, con la ayuda de largas sogas de cabuya y reatas de piel de buey curtidas y tijerales, las huarangas, con el apoyo de otros campesinos o “pachillas” da comienzo al ritual que demanda varias horas de esforzado vaivén escenificando así un importante evento que luego es coronado por la instalación del madero en un profundo hoyo. Es la hora del crepúsculo cuando el madero se instala triunfante en el interior de la “pacha mama” fecundándola como gigantesco semental, señal que es celebrado por estentóreos exclamaciones de victoria de las huarangas participantes.
Es así como se levanta enhiesto el mástil y el gallardete que es símbolo de vida y prosperidad para el pueblo, pero, también, desde la conquista hispana, como símbolo de inicio de los festejos por el aniversario de fundación, por sacerdotes hispanos de la orden de San Agustín, un ya lejano 15 de agosto de 1553, de la ciudad de Huamachuco bajo la protección de la Virgen de “Alta Gracia” imagen venerada en España fecha desde la cual se celebra la festividad patronal en honor a la Virgen del mismo nombre para cuyo efecto se constituye el respectivo Comité de Fiesta que tradicionalmente es presidido por el Alcalde Provincial, en esta ocasión, por Arturo Rebaza López.
Bajo el manto sagrado de un límpido cielo de color azul intenso, orlado de blancas nubes de artísticas formas, abrigado del cálido y suave viento andino el mástil del gallardete o más comúnmente el “palo del gallardete” se muestra majestuoso, victorioso y alegre mostrando la destreza de un baile jacarandoso al compás de los sones quejumbrosos de los “chirocos” y el danzar de ñustas e incas, de contradanzas, quiyayas y canasteros no por algo el ceremonial de la “Parada del Gallardete” ha sido reconocido como Patrimonio Cultural de la Nación. Un gallardete festivo que regirá hasta el 30 de agosto.
Fotos: Beto Mendoza