¿Podrá el Perú algún día recuperar Tarapacá y Arica que le arrebató Chile?
Por: Dionicio Mantilla León
Existen muchos que sostienen que toda guerra trae funestas consecuencias y que luego de ella no existen vencedores ni vencidos porque todos pierden. Un punto de vista muy respetable, pero que según nuestra opinión no es cierto en toda su plenitud y, por ende, es bastante relativo. Las guerras, creo, si traen dividendos o ganancias para los triunfadores, pues, en las confrontaciones bélicas entre países los vencedores conquistan nuevos territorios y riquezas, mientras los países comercializadores de armas y pertrechos bélicos aumentan sus ganancias; pero, por otro lado, los países que enfrentan la guerra en inferioridad de condiciones pierden parte de su territorio con sus recursos naturales incluidos y pierden mucho dinero agravando así su condición económica por los gastos realizados en la guerra.
El 10 de julio de 1883 nuestro país protagonizó en Huamachuco un episodio bélico, el último de la guerra con Chile, con los resultados negativos que todos conocemos, pero que vale recordar: el cercenamiento de nuestro territorio con la pérdida de nuestras provincias costeñas de Tarapacá y Arica, la pérdida, junto con ellas, de nuestros ricos recursos naturales del guano y el salitre, una de las mejores fuentes de divisas de ese entonces; asimismo, un cuantioso dinero por los gastos de guerra y la muerte de miles de soldados peruanos en cruentas y desiguales batallas en donde se hizo patente la ferocidad de los invasores chilenos que como émulos de Atila implementaron el bestial repase, actitud propia de salvajes y prohibida por las normas bélicas del mundo.
Chile, dueño de un pequeño territorio carente de riquezas naturales, siempre ha envidiado la pródiga riqueza de los países vecinos por esta razón sus gobernantes conscientes de su dramática situación desde hacía buen tiempo habían trazado planes de latrocinio que les permitieran arrebatar los territorios vecinos de Antofagasta, Tarapacá y Arica. Para ello, los chilenos se prepararon varios años y buscaron el apoyo de otro país depredador e imperialista, Inglaterra, poseedor de empresas comercializadoras de guano y salitre en América del Sur, cuyo gobierno les proveyó casi de todo: armas, pertrechos y estrategias militares.
Chile, mejor preparado para la guerra, tuvo a su favor la debacle moral en la que se debatían en ese entonces parte de la sociedad peruana y boliviana, agregado a ello la existencia de gobernantes incapaces y corruptos de dichos países implementando una guerra que duró desde 1879 a 1883. Un período histórico que nos dejó frustración, impotencia, ira, pero, también, una fuerte dosis de dignidad y orgullo por los numerosos episodios de heroísmo, patriotismo y entrega sin límites en la defensa de la Patria hollada por el enemigo. Si se perdió la guerra no fue responsabilidad del pueblo peruano, pero sí de los malos gobernantes que no supieron conducir con capacidad y honor los destinos de ambos países.
Empero, hoy no es hora ya de lamentaciones, pero sí de compromisos nacidos de una real evaluación y autocrítica de lo acontecido en esos aciagos días. Es hora de sembrar en nuestra juventud no el odio hacia el depredador, pero sí la asimilación de los errores cometidos en el pasado para trazar los correctivos respectivos con el propósito de que dichos errores no se repitan en el futuro. La grandeza de la Patria se construye sobre la base de capacidad y honestidad y su soberanía se defiende con amor y heroísmo.
En esta hora de recuerdo han surgido algunos personajes que vienen lanzando la iniciativa de recuperar los territorios perdidos por el Perú implementando una cruzada diplomática y legal ante las instancias internacionales argumentando que la de 1879 fue una guerra especial y que fue un “holocausto” y como tal no era lícito el arrebatamiento territorial del que fuimos objeto en 1883. Una teoría que esperamos empiece a caminar con resultados halagüeños para los peruanos.
De otro lado, saludamos la iniciativa de quienes han impulsado hace unos días la escenificación en Huamachuco de la épica jornada bélica del 10 de julio de 1883 esperando, eso sí, que se actúe con la respectiva unción patriótica, se ajuste a la verdad de los hechos históricos acontecidos y no se convierta en el futuro en un evento frívolo más tal como ocurriera con otro evento histórico.
En esta hora de recuerdo de la historia nos queda honrar a nuestros héroes y heroínas y honrar a nuestra Patria renovando nuestro amor a ella para lo cual debemos trabajar por su grandeza y desarrollo en un clima de justicia y seguridad.