Por: Dionicio Mantilla León
Después de varios años de prepotente invasión y declaraciones triunfalistas por el lado de Chile y prudente espera y confianza de parte de nuestro país ha llegado el momento de dilucidar un litigio a la luz de la verdad y la justicia. La Corte Internacional de La haya, aquel Tribunal Supranacional integrado por probos magistrados procedentes de varios países por cuyas manos han pasado miles de expedientes contenciosos en demanda de justicia habrá de emitir su fallo respecto al diferendo marítimo que viene sosteniendo nuestro país con Chile y cuyo historial se diera inicio en 1952, con la Declaración de Santiago y, luego, en 1954, en ocasión en que ambos países suscribieran un acuerdo pesquero binacional denominado “Convenio Sobre Zona Especial Fronteriza Marítima”, cuyo propósito era regular las operaciones de pesca artesanal de ambos países, pero sin significar tratado delimitación marítima alguno, lo cual, a todas luces, tiene otra connotación y trámite.
Como es posible apreciar elementalmente dicho acuerdo carecía y carece de la dimensión y trascendencia que un tratado de límites posee por cuya razón no fuera necesario ser registrado en el Registro de Tratados Internacionales de la O.N.U. Pese a ello y de manera a priori y unilateral el país del sur y en base a la razón de la fuerza y no de la fuerza de la razón sin más ni más invadieron nuestra propiedad marítima en un área de 37,967 kms. cuadrados al que se le agrega el llamado Triángulo Exterior ubicado mar adentro con una extensión de 27,800 kms. cuadrados.
Han transcurrido ya 60 años de usufructo indebido de las riquezas pesqueras nuestras, un tiempo largo tal vez por la falta de iniciativa del Perú; sin embargo, este hecho contencioso está ya en manos del máximo Tribunal de la Haya, pues en estos tiempos en que la diplomacia y el buen entendimiento humano ha reemplazado al lenguaje de las armas fratricidas este tribunal habrá de emitir su veredicto a la luz de la sabiduría que se nutre de los hechos objetivos y de justicia.
Nunca como hoy los sentimientos de unidad y patriotismo se vienen haciendo patentes en nuestro país a propósito del veredicto a emanar, este 27 de enero, de dicho Tribunal Internacional cuyo fallo no dudamos nos habrá de favorecer. Un sentimiento de patriotismo que también se hiciera presente en la heroica ciudad liberteña de Huamachuco un 10 de julio de 1883 en ocasión en que miles de patriotas peruanos y entre ellos, cientos de soldados huamachuquinos al mando del legendario Andrés Avelino Cáceres, ofrendaran sus vidas en pos de defender nuestra soberanía nacional en lo que fuera la última batalla de la infausta guerra con Chile.
Una guerra que no había sido nuestra, pero que por solidaridad con el hermano país de Bolivia, nos vimos envueltos en ella por la ambición desmedida de las hordas chilenas que en dicho aciago día hicieron patente su salvajismo al aplicar lo que históricamente se conoce como el “repase”. Una batalla y una guerra que perdimos por encontrarnos en inferioridad de condiciones debido a la incapacidad y corrupción de políticos traidores uno de los cuales, el gobernante de aquel entonces, se ausentara del país en pleno conflicto bélico so pretexto de ir a comprar armas. Una guerra que nos dejó negras huellas, pero del que extraemos sabias experiencias que nos conducen por una vía de prevención que permitan evitar que nuevamente la incapacidad y corrupción de la clase política y las altas esferas del gobierno nos lleven por la ruta del fracaso. En esta hora crucial en que vive la Patria requerimos de la unidad y el patriotismo, pero una unidad y patriotismo que no signifique maquillar los actos de corrupción de malos ex gobernantes que hoy están siendo investigados por actos de corrupción.
En esta hora decisiva en que nos toca vivir a los peruanos, que las heroicas escenas vividas un 10 de julio de 1883 en las sagradas tierras huamachuquinas, sirvan de acicate para encender aún más las sacrosantas hogueras del patriotismo. Hacemos votos porque de hoy en adelante los indeseados fracasos escritos con pesar en el lado oscuro del libro de la historia peruana, se conviertan en rutilantes victorias nacidas del imperio de la justicia y el reconocimiento del derecho de los pueblos de América de vivir en paz respetando la soberanía e independencia nacionales.
Estamos seguros que este 27 de Enero y, días subsiguientes, el pueblo huamachuquino junto a sus autoridades provinciales se mantendrán en fraterna reunión como lo estarán en todas las ciudades del país, expectantes, unidos y plenamente convencidos de que los negros pasajes de la historia patria no deben repetirse jamás, pero que si por algún traspié del destino nuestro cielo se cubriera del tenebroso manto de un conflicto bélico los hombres y mujeres de este noble pueblo, orgulloso heredero del Dios Apukatequil, estarán dispuestos a suscribir con su sangre, una vez más, otra página de gloria, pero esta vez con el sello rutilante de la victoria.