Por: Dina Yepez Cerna
Sin duda, los llamados ‘realities’ existen en la televisión mundial. Ojo, no abundan, los hay. Son competencias de rigor físico y situaciones extremas que someten a los ‘concursantes’ a duras pruebas. Hay los que hacen parir a mujeres en medio de la naturaleza sin asistencia médica. O aquel donde convivían púberes en campamentos, sin padres, y que fue clausurado en la pulcra y aún puritana Inglaterra.
Tan intensos no son los nuestros, aunque una ‘concursante’ de una variante de ‘reality’ terminó asesinada y con sus sueños más que truncos; necesitaba dinero y este le desquició la vida. Nuestros ‘realities’ son como somos: chicheros, estridentes, pobretones de escenografía, de contenido y de imaginación. Comparten con la internacional realidad el hecho de haber plata de por medio, tanto para la empresa (canal) como para los participantes. Esta es una motivación fundamental para estar ahí, pero disputa su importancia con el deseo de notoriedad, reconocimiento y exposición que parece tener el ser humano del siglo XXI.
La combinación es letal y lleva a los jóvenes competidores a la rivalidad malsana (los equipos son enemigos). A esta se suma que, para ser conocidos, están dispuestos a revelar su rechazo u odio a fulano(a). O si zutano se ‘encamó’ con hombre, mujer o gato, si hubo ‘piquito’, ‘chape’, sexo duro, y nunca faltan los humanos ‘cuernos’. Al lado de esta galaxia chismosa y malsana está la cruel realidad. El tipo que dice que mató a su pareja por celos y los define como exceso de amor, que la agredió porque recibió un mensaje donde le decían que ella hacía esto o lo otro.(la industria)