Dionicio Mantilla León, autor de "Veinte cantos y una esperranza"
Por: Diómedes Morales Salazar
Natural de Contumazá, 1956. Escritor y Periodista, actual presidente y fundador de la Asociación Cultura y Sociedad "Alfarero". Reside en Trujillo-Perú.
Publicación Nº 2, registro de PUNTO DE VISTA Y PROPUESTA
El pueblo peruano tiene mitos históricos que desde las entrañas mismas de la Colonia son preocupación esencial de su existencia, como los mitos de Patria, independencia, democracia y bienestar social, que en 200 años de vida republicana no se han querido resolver a cabalidad. Primero, porque la sociedad colonial fue una lucha casi permanente entre el mundo occidental y cristiano, dominante, y el mundo andino descendiente del Imperio de los Incas, al cual la Conquista española destruyó a sangre y fuego. Lucha que debió terminar con éxito a favor del mundo indígena porque fue este sector social el que combatió heroicamente por la independencia, pero el fracaso histórico de la revolución de Túpac Amaru II permitió que la primera independencia del Perú sea asumida por los criollos liberales descendientes del mundo occidental y cristiano, auténticos defensores del feudalismo colonial.
Segundo, porque los conceptos de Nación y de Patria están íntimamente ligados al concepto de independencia; y, sobre todo, al de democracia participativa. Pero sucede que la independencia proclamada en 1821 fue solamente anti colonial, pero no anti feudal, porque la burguesía, como clase social, destinada a liderar la lucha independentista de aquellos años y a asumir el Poder políticos como tal, simplemente no existía todavía. Ello explica el por qué la lucha anti colonial no fue nacionalista ni democrática, sino continentalista y pro feudal. Y explica además el por qué la República auroral pasó a ser dependiente del imperialismo inglés y en su estructura gubernamental predominó durante 150 años más el caudillismo militar, pues recién a partir de la Reforma Agraria del General Juan Velasco Alvarado se termina el latifundio en el Perú y la burguesía, como clase social, asume el poder estatal.
Por eso, los mitos históricos de Patria, independencia, democracia participativa y bienestar social, están tan vigentes en el pueblo peruano que la política gubernamental neocolonial que en el Perú vivimos desde 1980 hasta nuestros días, en vez de desarraigarlos de la conciencia popular, los enraíza más porque nuestra actual independencia es sólo formal y no real, pues dependemos del imperialismo norteamericano desde inicios del siglo XX, y nuestra democracia burguesa es sólo electoral, formal y representativa, que vive en permanente contradicción con los mitos de bienestar social, de democracia participativa y, sobre todo, de verdadera justicia social. De ahí que estos mitos históricos se expresan también en el arte y la literatura, porque son parte inseparable de la conciencia social.
Así, la poesía, el cuento y la novela, expresan también estos temas literarios. Si hasta los historiadores, como Basadre, y los políticos y sociólogos, como Mariátegui y Haya de la Torre, entre otros, los han asumido como temas predilectos. Por eso, cuando leemos en "Veinte Cantos y una Esperanza" (1), del profesor y poeta Dionicio Mantilla León, que "Por todos/ los rincones escondidos/ y sagrados del alma,/ voy yo,/ en busca de la verdad/ que me ilumine./ Por todos/ los helados páramos/ del Ande/ voy yo,/ en busca del horizonte/ de la igualdad y la justicia" (Peregrinando, pp. 19), sabemos perfectamente a qué mitos históricos se refiere. Más aún si la LIBERTAD (así, con mayúsculas, como él lo escribe) se entiende como la "faz de la nueva Patria". De esa "¡Patria roja!/ ¡Patria blanca!" para la cual requerimos "¡Que erupte el volcán del pueblo!/ ¡Que derrame la vindicta de su lava!/ ¡Que limpie las esporas!/ ¡Que destruya la negrura/ de los menos" (pp. 41).
Sin duda, la poesía de Dionicio Mantilla León es una poesía social ajena al individualismo burgués, identificada plenamente con los mitos históricos, a pesar de que se siente "Solo, en un hueco alucinante./ Solo, con mil ojos./ Solo, con mil bocas,/ que me soplan y me queman./ Oh, paciencia, paciencia,/ que revientas,/ que corres,/ por las pistas/ de mi sangre alborotada./ Me siento guardado/ en un cajón cuadrado./ Con pólvora/ y con la mecha casi consumada./ Oh, minutos, minutos,/ que golpeáis filudos,/ como gotas de rayo en el estío./ ¡Oh, fantasmas, fantasmas,/ guarden en el viejo saco/ sus ansias y temores!/ ¡Oh, qué oquedad en mis adentros!/ ¡Oh, savia roja en mis suspiros!/ ¡Sonó el tambor! ¡Se abrió el cenit!/ Es hora de partir!/ ¡Es hora de cantar,/ al viento helado,/ a los secos ichus!/ ¡Es hora de llevar a la espalda,/ la cruz y/ abrir, de par en par,/ los polvorientos caminos,/ el corazón,/ la esperanza" (Soledad, pp. 24-25).
He copiado todo el poema para demostrar que la soledad de la poesía social es una soledad colectiva, una paciencia "que revientas,/ que corres,/ por las pistas/ de mi sangre alborotada". Y estos "minutos,/ que golpeáis filudos,/ como gotas de rayo en el estío", son sólo "savia roja en mis suspiros", porque la soledad de la poesía social es solidaria, compañera de objetivos y esperanzas realizables, pues "Siento aquí,/ en la oquedad de/ mis huesos blanquecinos/ un dolor fuerte y/ un ansia loca de correr/ tras el canto de los pobres" (Quiero sacar al resto, pp. 28). Esta poesía, escrita en verso libre, con encabalgamientos estructurados a partir de la hilación del discurso poético, ajena al verso métrico que se basa en parámetros establecidos antes de la creación estética, es por eso democrática y participativa; independiente, patriótica y consecuente con los postulados de la justicia social, que el pueblo enarbola como mitos históricos realizables sólo en una nueva sociedad.
Además, la poesía social se caracteriza por ser sencilla, directa, realista y declamable, casi de proclama y panfletaria. Pero el hecho de ser explícita y depender del desarrollo histórico de la lucha de clases, no le exime de su deber metafórico ni por ser a veces de proclama y panfletaria le aparta de su doctrina social y de su programa político revolucionario. Es esta perspectiva precisamente que al poeta Dionicio Mantilla León le hace decir: "Nadie detendrá/ al río vengador./ Caerán las montañas negras./ Se abrirán los socavones./ Y una luz se prenderá en el camino./ Una mano abrirá/ la cueva de los llantos./ Una mano quemará/ la sonrisa que hoy nos hiere./ Y una luz se prenderá en el camino./ Una a una se prenderá/ con fuego la ceniza./ Uno a uno cogeremos/ lo sembrado./ Y una luz se prenderá en el camino./ Uno a uno caerán los zopilotes,/ los que no trabajan,/ pero comen y gozan./ Uno a uno caerán/ los que se cebaron/ con tu trigo y mi trigo./ Uno a uno, caerá/ como cayó el cuervo cruel/ en las manos del pueblo./ Como cayó en el invierno/ la tormenta./ Y una luz se prenderá en el camino" (Y una luz se prenderá en el camino, pp. 45).
Finalmente, el profesor y poeta Dionicio Mantilla León, en su "Reflexión Preliminar", cuenta sus experiencias de dirigente magisterial y dice que fueron "20 años de turbulencia marcados por la lucha sindical y popular en donde la incomprensión y prepotencia de los gobernantes de turno, el irrespeto a los inalienables derechos de los maestros y campesinos, así como la demencial represión por parte de las fuerzas del "orden" motivaron que las compuertas de mi alma se abrieran y fue entonces que dejé escuchar mi voz y levanté mi puño por las frías calles y plazas de 2 hermosas ciudades andinas del departamento de La Libertad: Curgos y Huamachuco, pero no con acciones que provocaran el terror del pueblo, no con la violencia del incendio y la pedrada, sino con la fuerza de la palabra y la razón" (pp. 11). Tal como desarrolla su trabajo literario el verdadero poeta social: de la experiencia cotidiana a la poética del espíritu, del amor, la verdad y la justicia.