Durante los años setenta, en el mundo aún perdura
el movimiento hippie, el “Haz el amor,
no la guerra”, el clásico saludo similar a la “V” de
la victoria aliada . En los muros de las universidades francesas, los rebeldes
estudiantes han escrito: “Seamos realistas... pidamos
lo imposible”, “La revolución es el orgasmo de la
historia” o “Prohibido prohibir”.
Estas ideas se extiende en por continentes. Y, por supuesto, en el Perú
y en Huamachuco en particular, encuentran
seguidores. Unos por simple imitación y estar a la moda,
pero otros jóvenes porque en realidad demuestran
interesantes inquietudes. Gustan de la literatura y la buena
música, practican deporte, en especial el básquet,
así como salen al campo a gozar de la naturaleza y
a fumar con suma tranquilidad sus olorosos pitos de
marihuana.
Son apodados los “Caimanes”, quienes además
de solearse durante el día en los verdes pastos de la
plaza de armas o también en algunas bancas y en el
boulevard, se dedican a la vida bohemia: reuniones,
estas, tragos y aspirar psicodélicos humos, paseos y
carreras de velocidad en sus ruidosas motocicletas
marca Honda, con motor de 100 centímetros cúbicos
y, por supuesto, en el papel de donjuanes.
Una tarde de sol, andan en su acostumbrada
rutina diaria, cuando pasa frente a ellos un sacerdote
franciscano quien, al verlos, suelta su reprimenda:
-Jóvenes no se cansan de estar todo el día echados
y soleándose sin hacer nada.
No falta uno de ellos con su ingeniosa chispa:
-Sí, padrecito... pero de acá vamos a descansar
a nuestras casas.
Por: Luis Peña Rebaza