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viernes, 11 de julio de 2014

La amistad es eterna, la política, algo pasajero



Amistad y política

J.J. Rodríguez-Lewis

Estoy de acuerdo con Paulo Coelho (en El Zahir) en considerar que los verdaderos amigos no son aquellos que aparecen en los malos momentos de nuestra particular historia, porque, a decir verdad, en muchas ocasiones estos son los que se revelan como los más falsos: se presentan con cierta apariencia de solidaridad y empatía, pero realmente nuestra congoja les sirve de mayor consuelo a unas vidas -las suyas- que se alimentan sin alma. Es lo que los alemanes llaman Schadenfreude, que define ese sentimiento de regocijo que nos proporciona el sufrimiento o la infelicidad del otro. A mi juicio, por esta razón los auténticos amigos son, por el contrario, los que encontramos a nuestro lado cuando nos ocurren las cosas buenas, esto es, los que nos apoyan y se alegran sinceramente de nuestros éxitos, porque esto, al fin y al cabo, es lo más difícil, sobre todo en política.

Por ello, comprendo que ha de resultar harto complicado hacer amigos en los partidos políticos, donde, para mayor dificultad, la ambición no está precisamente bien vista, aunque en realidad no haya nada de malo en ella. Es más, la buena política vive de sanas ambiciones vocacionales, que también actúan de revulsivo en las lastradas organizaciones partidarias. En principio, parece inconcebible que pueda verse como perniciosa esta aspiración cuando es la razón de ser de los partidos, que se configuran, Constitución en mano, como el instrumento fundamental para la participación política.

Soy, pues, de los que creo que se puede ser, simultáneamente, amigo y compañero de partido, incluso en tiempos de conformación de candidaturas o de configuración de los nuevos gobiernos. Es cierto que muchas amistades se frustran en la competencia interna de las organizaciones políticas, pero eso también ocurre entre hermanos por un “quítame allá esas pajas” en el momento de partir una herencia, por ejemplo, aunque esto no justifica que la batalla sea rastrera y mezquina como ocurre en muchos casos en política.

El otrora canciller alemán Konrad Adenauer o el ínclito político italiano Giulio Andreotti, o los dos, vaya usted a saber (la verdad es que no se ponen de acuerdo sobre la paternidad de la máxima, aunque en España la hiciera famosa Pío Cabanillas, como la de "¡al suelo, qué vienen los nuestros!"), sostenían que en la vida había “amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y finalmente… compañeros de partido”. La experiencia ha venido demostrando la oportunidad de la aserción, como la de otro comentario atribuido a Winston Churchill, y que dirige a un novel diputado conservador, con quién compartía escaño en los bancos de la oposición. A este, ufano por tenerlo sentado a su lado y los escaños del supuesto enemigo enfrente, el famoso estadista le apostilló: “No se confunda, joven: esos de ahí enfrente no son el enemigo, sino los diputados laboristas. El verdadero enemigo lo tiene usted aquí detrás, en los bancos de su propio partido”. Convengamos, cuando menos, en la actualidad de estos juicios.

Ahora bien, no sentemos por ello que la amistad resulta imposible en el seno de las organizaciones políticas. Todo lo contrario, me animo a apostar por considerar que los partidos políticos son para la amistad una buena piedra de toque, o díganme ustedes si no dónde los silencios son más reveladores.

Pero vayamos un poco más allá, y preguntémonos si se pueden tener amigos en otros partidos políticos. Quienes han mantenido cierto compromiso político con una organización partidaria, habrán sufrido alguna vez cierta admonición por frecuentar (llamémosle así, esto es, compartir copas, salir a cenar, intimar, ser amigos verdaderos, incluso) a personas de otra fuerza política. ¿Qué haces tú saliendo con este individuo que es del partido X?, habrá sido más o menos la cuestión retórica con la que no espetaban de manera inesperada algún avieso compañero representante de la ortodoxia ideológica.

Es más, algunas personas, cuando entran en política, comienzan a alternar casi en exclusiva con sujetos de su misma organización, parece como si descubrieran “nuevos amigos” con los que sintonizan políticamente, pasando ipso facto -en ocasiones, de forma bastante sorprendente- a llenar sus vidas también en la faceta más personal. A veces, incluso, se consiguen hasta "extraños compañeros de cama", en expresión afortunada de Manuel Fraga, cuando observamos compartiendo "mesa y mantel" a adversarios que hasta el otro día mantenían una actitud incompatible y hostil. Sin embargo, lo que también es cierto es que, en muchas oportunidades, se frustran amistades de años por dar un paso que nada tiene que ver con la amistad.

Enemigos políticos y, sin embargo, amigos. Por supuesto que sí. Amigos y compañeros de partido, también. En realidad, Amigos, con mayúsculas, y circunstancialmente adversarios o compañeros políticos. Porque, no lo olviden, la actividad política, aunque algunos se empeñen en convertirla en vitalicia, por lo general es pasajera y los “amigos” que la acompañan, normalmente, igual de pasajeros. Por eso, el filósofo y político francés Montaigne (1533-1592) distinguía entre "amistades" y auténtica amistad; en esta -apuntaba- la libertad de los intervinientes es la condición de su fuerza. La historia nos ha legado, además, su profunda y entrañable relación con otro político francés de su tiempo, La Boétie, sobre la que recomiendo profundizar.(http://jjrodriguez-lewis.blogspot.com/)

Importante artículo para leer y reflexionar en estas elecciones regionales y municipales. Recordemos que la amistad es eterna y la política, algo pasajero.(Beto Mendoza)